«EL MATADERO»: EL PRIMER CUENTO DEL RÍO DE LA PLATA

 

 

El texto de Echeverría fue, al momento de su publicación, catalogado como un bosquejo de la realidad, por Juan María Gutiérrez, quien encontrara el manuscrito entre los papeles de su amigo, fallecido veinte años antes. La apariencia de borrador que tiene por su escritura precipitada denota el carácter de material crudo para la futura composición de una obra más acabada. Sin embargo, el tiempo le daría al escrito el título de «primer cuento del Río de la Plata». ¿Cuáles son las características que permiten situarlo en esta categoría? Para responder esta cuestión analizaremos la estrategia narrativa que sigue el autor y el perfil que adopta como narrador en el proceso de evolución del texto.

 

Ya en el comienzo del texto el narrador se diferencia de «los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros prototipos»[1]. Con esto anuncia dos cosas, que están ligadas entre sí; primero: que está dispuesto a no cumplir con el «deber» —en el plano narrativo— que marcan las convenciones estéticas del género; segundo: la renuncia a continuar un legado cultural (y político) heredado de España. En su viaje a Francia, el autor había entrado en contacto con las ideas de pensadores europeos que impulsaban el conocimiento del mundo. Ese «impulso hacia el descubrimiento se suma al programa de la independencia cultural respecto de España»[2]. Pero la mención al Arca de Noé no sirve sólo a los fines del distanciamiento de la forma de contar, sino que le será útil además, en la continuidad de los hechos: el diluvio que sufre la ciudad durante la cuaresma, y la nada ingenua acusación a los unitarios de ser los causantes del desastre natural, para comenzar a crear uno de los perfiles que serán retratados en este escrito. Ese perfil es el de aquel que «atesora una docilidad singular para someterse a toda clase de mandamientos»[3], en donde la palabra «mandamiento» remite a lo religioso, pero también se extiende al poder de la Federación. Porque en el perfil que se describe, lo que lo subordina es principalmente su ignorancia. El narrador va a comenzar, por otra parte, a marcar su posición enfrentada, al demostrar la falsedad de las conjeturas místicas acerca del fenómeno climático: «no tuvo efecto la ceremonia, porque bajando el Plata, la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad de conjuros ni plegarias.»[4], lo que lo pone en un lugar distanciado de lo que está describiendo. Esto se refuerza con el aval de los médicos que aconsejan no extender la abstinencia de carne, a lo que los religiosos se niegan. Así se va generando una oposición entre los que se guían por el conocimiento, y por otro lado los que se dejan guiar por la ignorancia (doctos e ignorantes). La falta de entendimiento del vulgo no tiene contención pues el propio gobierno confunde los «rumores y estruendos» con «tumultos de origen revolucionario», lo que indica su desconocimiento de la situación pero además el estrecho margen de posibilidades que acotan la realidad sólo al orden impuesto o a la posible desobediencia del mismo.

En toda esta parte del relato el tono crítico del narrador demuestra su compromiso con «un proceso crítico a la realidad, al tiempo y a las instituciones a través de la mordacidad, la agudeza, la inteligencia sin concesiones, caracteres del costumbrismo que se viven como instrumentos imprescindibles.»[5]. Dicho costumbrismo, es herencia española, pero como bien vimos al principio del relato, el narrador está dispuesto a no cumplir con el «deber» de seguir a sus antecesores. A la luz de esa advertencia podemos entender el tono costumbrista como un instrumento que sirva para mostrar a determinado nivel, o desde cierta perspectiva lo que se está contando, pero que llegado el momento puede cambiarse por otro más útil según la necesidad.

En ese tono crítico hay variantes. Por ejemplo, si bien la ironía marca un distanciamiento consciente del narrador, la misma, por un momento parece suspenderse para decir lo siguiente: «el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la iglesia y el gobierno.»[6]. El narrador apela a una seriedad y franqueza para mostrar lo que realmente piensa, sin mediar la ironía. Esto, dicho en un mismo párrafo luego de la reflexión acerca de que la iglesia, al tener el poder de conjurar al demonio, tiene derecho a comer carne; y antes de hablar de los buenos tiempos que la Revolución vino a turbar. Dos claras ironías que ayudan a seguir perfilando el carácter o posicionamiento del narrador con respecto a lo narrado.

Para continuar con la identificación de la Federación con lo religioso (institucional) dice que «la Federación estaba en todas partes, hasta en las inmundicias del matadero», otorgándole la cualidad divina de la omnipresencia, sin dejar el tono irónico.

A partir de ahora el relato se centra en la descripción del matadero, adoptando un tono documental como se percibe en la siguiente advertencia «Pero para que el lector pueda percibirlo a un golpe de ojo preciso es hacer un croquis de la localidad.»[7]. La alusión al lector disuelve de repente la burbuja que encierra el mundo ficcional en el que el narrador está inmerso, convocándolo a una mejor apreciación de la cuestión. Por otro lado, la necesidad de reconocimiento del terreno y la utilización de una palabra más técnica como croquis, ayudan a la atmósfera de disección de la realidad, tal como su amigo Gutiérrez dice en su «Estudio crítico»: «a manera del anatómico que domina su sensibilidad delante del cadáver, se detuvo a contemplar las escenas que allí se representaban»[8].

Al describir con detalle el matadero, el narrador no hace más que ejemplificar a escala a la Federación misma, como un reflejo de ella y en donde se repiten las relaciones de poder en torno a la miseria y el despropósito: «el juez del matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña república por delegación del Restaurador.»[9]. En el paralelismo que traza, teniendo en cuenta cómo se ha ido construyendo la figura grotesca del Restaurador en el relato, no se llega a discernir si el matadero es una ambiciosa imitación del gobierno, o por el contrario, el gobierno es una burda parodia del matadero. Es decir, cuál es el reflejo y cuál el reflejado: «simulacro en pequeño era este del modo bárbaro con el que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales.»[10]

Continuando el relato de disección de la sociedad del matadero, y habiendo suspendido por el momento el tono irónico que mediaba la distancia con el objeto estudiado, el narrador se concentra en los hechos crudos que recoge su escrutadora mirada. Recuérdese que el lector ahora está junto a él ya que fue convocado. Esto es representado en el lenguaje directo, sin metáfora ni ironía que medie entre los hechos y su lectura. El esfuerzo por mostrar los hechos tal cual son se manifiesta en la misma afirmación del narrador de que «la escena que se representaba en el matadero era para vista no para escrita.»[11].

A partir de la decapitación accidental del niño en el episodio del toro desbocado, el tono vuelve a cambiar. Pasamos de lo general a lo particular, de la escena costumbrista al ojo documental y ahora a lo que podríamos llamar cuento propiamente dicho. La diferencia estriba principalmente en el hecho particular con el que se encuentra el narrador que hasta ahora estaba simplemente historiando, como lo afirma al principio: «A pesar de que la mía es historia…»[12]. Dice Noé Jitrik al respecto: «Podemos, entonces, decir que El Matadero es un cuento si omitimos que hasta muy avanzado el relato no parecía encaminarse hacia la presentación de una situación particular.»[13]. Aquí se vuelve a manifestar la flexibilidad estilística a la que, como demostramos al principio, parece estar dispuesto el narrador. Tal flexibilidad parece estar generando una dualidad a nivel narrativo, que podría reflejar a su vez la dualidad que, como veníamos advirtiendo, se va creando entre el sujeto narrado y el lugar opuesto en que el propio narrador se estaba posicionando; y que más adelante veremos ocupado por un personaje, la segunda víctima mortal de esta historia.

Ahora bien, la forma conceptual binaria es constitutiva del movimiento romántico, al cual Echeverría adhiriera a su vuelta de Europa. A nivel político aparece naturalmente la dicotomía Unitarios y Federales, pero esta forma de relación atraviesa distintos niveles en este texto. En la parte costumbrista, el narrador aparecía criticando desde la distancia, marcada en las expresiones e inflexiones. En la segunda parte (de la dualidad narrativa) el narrador ha bajado al terreno, está entre los sujetos de estudio, hace lugar a sus voces y su forma de expresión. Pero para no desbalancear el organismo de la historia, aparece en escena el unitario, para ocupar ese lugar en la dualidad primera de la parte costumbrista: la de los doctos y los ignorantes; los Unitarios y los Federales.

Luego de atrapado, sacrificado y faenado el toro desbocado, la turba federal se ensaña con un unitario que pasaba incauto por el lugar. Si el narrador se diferencia notablemente de las voces de las gentes del matadero, no va a ser diferente con la voz del unitario. Éste, cuando habla, utiliza un tono y expresiones particulares, dignas de su clase. Parecería que el narrador deliberadamente pretende diferenciarse, en su lenguaje, de ambos bandos. Aunque su posición moral esté innegablemente del lado del unitario, como se aprecia en algunas ironías que todavía se deslizan: «¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales!, siempre en pandilla cayendo como buitres sobre la víctima inerte.»[14], en el plano narrativo es preciso mantener una conducta para mostrar fielmente lo que sucede. Recordemos que lo de él «es historia» por lo que debe atenerse a los hechos.

El narrador de «El matadero» es construido por el autor como un personaje más. Su función es reflejar, desde el plano narrativo, la oposición entre dos mundos que parecen irreconciliables. «El mundo del matadero es, desde la mirada de Echeverría, precultural.»[15], por lo que contrasta con el progresismo propugnado por el escritor y su generación. En el pasaje entre las dos partes del relato, el narrador se distancia del costumbrismo de herencia española (aunque lo utiliza eficazmente) para ensayar un método directo de observación de la realidad. Pero su premisa filosófica es la síntesis y no la oposición:

 

La amalgama o síntesis de elementos diferentes (y aun opuestos) se manifiesta, inmediatamente, como el procedimiento generador de las fórmulas doctrinarias que Echeverría enuncia como credo de la nueva generación y para una sociedad que se ha extraviado respecto de sus comienzos.[16]

 

Debemos entender el proceso de cambio narrativo como una evolución, un progreso de la forma de mostrar la realidad, a la que parecería estar abocado Echeverría en este texto. Si bien hay dos espacios bien delimitados que se advierten en la forma de narrar, en la segunda parte, sin embargo, el tono crítico reaparece esporádicamente en algunos comentarios como: «Los unitarios habían dado fin a una de sus innumerables proezas»[17], lo que indica que la evolución de la que hablamos no es una simple superposición de modelos sino una fusión. No hay una forma que suplante a otra sino una síntesis de ambas. El crítico y el documentalista se alternan según la necesidad. Al final del relato reaparece el historiador, figura que representa la síntesis —y que había estado en el comienzo—, para llevar al lector de vuelta de lo particular a lo general, y volviendo a tomar distancia incluso en el plano temporal: «En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran…»[18]. El estudio crítico-documentalista del historiador concluye en este último párrafo que «el foco de la Federación estaba en el matadero»[19], saldando la cuestión de cuál era el reflejo y cuál el reflejado. Hay algo en la naturaleza del sujeto estudiado que se ha revelado en el proceso. La correspondencia entre la naturaleza y la sociedad está vinculada directamente con el romanticismo. Esa naturaleza brutal que se vive en el matadero predispone a su gente a subordinarse a una autoridad que la articula a través de la manipulación del lenguaje: «conforme a la jerga inventada por el Restaurador»[20].

Esa correspondencia también se da en el caso del unitario. La sangre parece querer salírsele del cuerpo reaccionando ante la injusticia. Así como cuenta Sarmiento acerca del rugido del tigre que asecha a Facundo: «sin que haya motivo de temor, causa un sacudimiento involuntario en los nervios, como si la carne se agitara, ella sola, al anuncio de la muerte.»[21]. La carne, o la sangre, en este caso, representa a la naturaleza (material) sublevándose ante lo que sucede en el plano del espíritu. La unión de ambos planos se concreta en el acto de muerte que, coincidiendo con el sentir del unitario: «—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.»[22], se manifiesta en su organismo por la sangre que bullente empuja por salírsele del cuerpo hasta reventar, «de rabia» dirá uno de los sayones; de impotencia ante la injusticia, puede deducirse de la pluma del autor.

En principio, el carácter de proceso, ensayo, o borrador que tiene el texto explicaría su no publicación por parte del autor. Pero también hay consenso con la idea de que su carácter ficcional lo dejaba afuera del ideal literario de la época, así lo explica Ricardo Piglia: «Habría que decir que Echeverría no lo publicó justamente porque era una ficción, y la ficción no tenía lugar en la literatura argentina tal como la concebían Echeverría y Sarmiento.»[23] El asumir el texto como ficción nos permite analizar el plano narrativo también como un hecho ficcional con fines específicos, en el cual encontramos representado un discurso doctrinario en donde la fusión de los opuestos es necesaria para la conformación de la sociedad anhelada. Este discurso está sugerido ya desde el principio en el rompimiento con la forma tradicional de contar para inaugurar una forma nueva.

  

Para terminar, hemos visto que la construcción de una estrategia narrativa, en un proceso de transformación con fines específicos del narrador, nos revela el carácter de cuento que hay en «El matadero»; puesto que se manifiesta una manera de contar y al mismo tiempo, ésta revela una intención extratextual. El paso del cuadro de costumbres al estilo documental, y luego al hecho dramático particular forman parte de un todo que parece sostener la idea de «síntesis» coincidente con el pensamiento filosófico del autor. Todo lo cual justifica la categorización del título, por ser el texto de Echeverría el primero en el Río de la Plata del que pueden derivar tales conclusiones.


Mario Gonçalves, febrero 2024

 

  


[1] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.107.

[2] Altamirano – Sarlo, «Ensayos argentinos: de Sarmiento a la Vanguardia», s.d., p.6.

[3] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.107.

[4] Ib., p.109.

[5] Noé Jitrik, «Forma y significación en El Matadero de Esteban Echeverría», s.d., p.6.

[6] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.110.

[7] Ib., p.111.

[8] Ib., p.103.

[9] Ib., p.112.

[10] Ib., p.114.

[11] Ib., p.115.

[12] Ib., p.107.

[13] Noé Jitrik, «Forma y significación en El Matadero de Esteban Echeverría», s.d., p.1.

[14] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.119.

[15] Altamirano – Sarlo, «Ensayos argentinos: de Sarmiento a la Vanguardia», s.d., p. 24.

[16] Ib., p.36.

[17] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.123.

[18] Ib.

[19] Ib.

[20] Ib.

[21] Domingo F. Sarmiento, Facundo: civilización y barbarie, Buenos Aires, Centro Editor de Cultura, 2009, p.88.

[22] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.123.

[23] Ricardo Piglia, «Echeverría y el Lugar de la Ficción», en la Argentina en pedazos. Ediciones Urraca, 1933, p.4.

Túneles suburbanos (cuento)

En principio era sólo un pasaje clandestino, un pequeño túnel que unía dos casas particulares. Su ubicación exacta y quiénes fueron los iniciadores ya son datos perdidos. Lo importante es el uso que con el tiempo se les dio, y su rápido crecimiento. En un lapso de siete años el conjunto de túneles ha aumentado rápidamente su tamaño. Al principio eran apenas unos pasajes que debajo del suelo recorrían un par de calles; hoy son grandes túneles que recorren toda la ciudad. Algunos aseguran que “son la ciudad”.

Aunque pareciera que la utilidad de un túnel sólo consiste en unir dos puntos determinados, ya sea oficialmente o de forma secreta, es sorprendente ver la diversidad de usos que la gente les da. Uno puede caminar por ellos como un paseante y ver a lo largo del camino, en cada puerta un mundo distinto y totalmente nuevo. Cada puerta seguramente comunica a una casa particular, aunque también las hay que desembocan en lugares públicos y hasta en edificios estatales. En cualquier lugar en donde se esté en la superficie, probablemente haya una entrada a los túneles. Si es en una casa particular, lo tendrán a la vista y en buen estado, en un lugar preferencial. Pero si es en un lugar público estará cubierto o disimulado, ya que visitarlos es mal visto por algunos, aunque se dificulta encontrar a alguien que no lo haga. La mayoría de los que protestan por el mal uso de los túneles, por las noches se los encontrará abajo.

Lo más sencillo cuando se anda por la calle aburrido y se sienten deseos de entrar, es abrir una tapa de desagüe y bajar. Ahí seguramente se encontrará alguna puerta. Una vez adentro las alternativas son varias, aquí se encuentran todas las cosas que arriba, están prohibidas o son inaccesibles. Todo lo que no se puede hacer arriba es seguro que por inercia abajo se hará. Cuando uno camina por los túneles tiene a cada lado puertas, las cuales algunas permanecen cerradas, con carteles indicadores de lo que hay adentro; y otras abiertas, por las que se pueden ver cosas geniales como también cosas terribles; éstos son los exhibicionistas que no sólo quieren relacionarse con su gente sino, también captar la atención de todo transeúnte. Pero las que más llaman la atención son las que permanecen cerradas sin ninguna indicación. De estas puertas se puede esperar cualquier cosa.

Los lugares más comunes son las intersecciones, que son lugares recreativos y de reunión en donde la gente se conoce. Luego pasan a otros lugares que aunque más selectos o apartados de los grandes grupos no son para nada íntimos, aquí la intimidad no existe; todo se hace en grupo o a la vista de cualquiera que pase por ahí. Esa es una de las diferencias con la superficie. En los túneles no hay personas, sólo individuos; así se los llama. Al bajar, las personas pierden su identidad, pasan a ser simples objetos que interactúan con otros objetos manipulando o siendo manipulados. Es un juego en el que la gente es un individuo anónimo relacionándose con otros individuos anónimos.

Yo he visitado con frecuencia los túneles, aunque ahora mi entrada está clausurada. En el tiempo de mis visitas he visto cosas que antes jamás me había imaginado. Es increíble darse cuenta de cómo las leyes de la superficie reprimen a la gente. Por esta razón en los últimos días se han estado debatiendo en el parlamento algunas medidas para terminar con los túneles o por lo menos restringir las actividades que en ellos se conciben. Pero esto es casi imposible, ya que los lugares de recreación colectiva (así los llaman los defensores) no están en sitios públicos. Ni siquiera están en los mismos túneles, sino en las casas particulares de los individuos que eligen abrir una puerta a dichos túneles que, además, no pertenecen a nadie, ni son espacios públicos; por lo tanto el estado no tiene jurisdicción sobre ellos. Su construcción se fue dando poco a poco. Al principio era un solo túnel al que se le fueron agregando otros. Cuando el túnel llega a la casa de alguien, este alguien empieza a excavar continuando el trayecto de su vecino anterior, trayecto que continuará su vecino siguiente. Así, están en continua construcción sin que nadie sea su dueño. Inclusive hubo redes de túneles apartadas cuya unificación hace un par de años se vivió por toda la comunidad como una verdadera celebración. La integración de las libertades individuales de toda la ciudad.

Hace unos cuatro o cinco años andar por los túneles era fácil, uno nunca se perdía, se conocían los trayectos y las encrucijadas; y se podía reconocer a algunos frecuentes visitantes. Pero hoy en día ya es un mundo de gente, todos desconocidos. Los trayectos son cambiantes. Algunos oportunistas por unas monedas se ofrecen de guías o nos venden un mapa con vigencia de uno o dos días. Los esfuerzos que se han hecho por parte de las agrupaciones de usuarios de los túneles para señalizarlos y para numerar las puertas han sido siempre en vano. Debe ser por el espíritu de libertad que despiertan y por el mismo espíritu con el que fueron creados, que hace que las reglas sean rechazadas por la mayoría. Por eso todo tipo de ley o norma que en la superficie da resultado fracasaría ahí abajo. Sería el principio del fin de los túneles, ya que perderían uno de sus propósitos principales: la libertad. Por eso ahí es donde se ve cómo la gente es en realidad, sin ninguna presión colectiva.

Entonces, si se quiere sobrevivir hay que entrar preparado. Lo más importante a la hora de entrar en los túneles es una brújula, para evitar perderse. Si se prescinde de este elemento y uno se encuentra perdido, lo más recomendable es buscar una puerta a la superficie en donde reinan las leyes y las señalizaciones. Otro elemento importante es una linterna, que debe ser de una potencia considerable ya que, aunque hay algunos que suelen iluminar sus entradas hay otros muchos que no lo hacen; y menos iluminados están los trayectos en los que no hay entradas. Estos elementos y otros también útiles pueden encontrarse en puestos de venta en los mismos túneles. El comercio y el intercambio subterráneo son un negocio que muchos eligen hoy en día. Hasta hay locales que sólo atienden al público de los túneles y también habitaciones de alquiler con entrada sólo desde los túneles. Yo vivo en una de ellas, aunque ahora clausuré la puerta y salgo por una pequeña ventana que da a la superficie. Estoy aislado totalmente debido, por un lado a las restricciones colectivas y por el otro a la avasalladora libertad individual.

La mayoría de las personas apenas terminan su trabajo se van corriendo a los túneles por la primera entrada que encuentran. Las calles después de las siete están desiertas. Los pocos comercios que aún se empecinan en querer vender en la superficie; los cines que proyectan para unos pocos solitarios; los bares y restaurantes completamente vacíos describen una realidad equívoca. Pareciera que ésta es una ciudad abandonada. Pero no lo es, el murmullo de la muchedumbre se oye por las alcantarillas y el olor de la masa interactuando sube lentamente a la superficie. Todos están deleitándose con lo prohibido. Probando los placeres y también los dolores desconocidos para la sociedad. Lo que más abunda es el juego de azar con sus miles de formas de ganar o de perder. También las diferentes formas de evasión por medio de sustancias, para los que buscan una más profunda escapatoria a la realidad de la superficie. Para el contrabando, secuestros, asesinatos y robos también se utilizan. Es común que se secuestre a alguien y se lo lleve abajo para sacarle lo que tenga, para luego dejarlo ir. Esto con suerte, ya que un asesinato en los túneles no es asunto para ninguna justicia, más por el temor que por una cuestión legal. Pero por supuesto lo más importante y que predomina son las relaciones humanas directas, sexuales y en algunos casos también sentimentales. Aunque en este tipo de interacción entre simplemente humanos están despojados los individuos de toda “marca superficial”. Es decir, libres de los cánones exteriores o de la sociedad de la superficie. Los individuos saben de antemano lo que quieren, son puro deseo y van directo a satisfacerse. Por eso se dice de los túneles que son un medio de autosatisfacción, ya que en la relación que se plantea el otro no es el prójimo con nombre y apellido; al menos no en la medida en que uno tampoco lo es. Uno se convierte en un tipo manipulador y en un objeto manipulado según los deseos del caso sin preámbulo, sin prolongación ni consecuencia.

En una noche de soledad uno puede internarse en los túneles, deambular curiosamente y llegar a uno de esos lugares donde los individuos se conocen. Poner en práctica la más simple, o casi grotesca maniobra de atracción, y ligarse a una persona de una manera que hasta ese momento sólo podía haber imaginado. No es necesaria ninguna descripción individual; las marcas superficiales no son importantes, lo importante es la situación que lo turban a uno de tal manera que graban en el cerebro los recuerdos como sobre piedra un jeroglífico; extraños símbolos de audacia, estremecimiento y enajenación. No le queda a uno ningún recuerdo personal, tan sólo de la situación, del momento y la emoción. Pues eso se hace en los túneles: se actúan situaciones y se viven sensaciones, mas luego se olvidan los rostros quedando el sabor de los actos.

Pero al poco tiempo se despierta el deseo con más fuerza que antes y se tiene que bajar. Recorrer los túneles en busca de aquel símbolo, dedicar las horas de ocio a encontrarlo repitiendo el mismo juego una y otra vez. Uno quiere volver a vivir la misma situación con las mismas acciones y los mismos tiempos pero todo es en vano. Sólo se encuentran bosquejos garabateados de lo que se vivió. Una a una van pasando las noches, y cada noche una máscara y una burda representación del momento anhelado. No es lo mismo, no puede ser lo mismo si todo cambió. Por más que intentemos recrear la situación, la identidad nos vence y el espíritu impersonal de los túneles triunfa definitivamente. Por supuesto que pensamos en buscarnos, pero como es costumbre en los túneles no dar un nombre verdadero ni una dirección, es imposible encontrar a nadie. Generalmente uno se inventa una vida falsa, un poco por seguridad estando delante de un extraño, pero más por cumplir una mera fantasía. Igualmente ya no se volverá a encontrar al otro que probablemente nos esté engañando también.

Alguna vez, yo dije mi nombre verdadero. Quisiera creer que ella no se deja engañar por las costumbres de los túneles pensando que yo fui un invento, un simple objeto de fantasía. Esperaba a veces encontrarla por algún pasillo y que viera que soy real. Pero es en vano, la ilusión moría súbitamente. Pensará que todo en mí fue mentira, mi nombre, mi presencia y mi vida.

Evidentemente los Túneles no son para cualquiera. Hay que estar siempre preparado para abandonarlo todo, vivir como un nómada. Porque de lo contrario, se empieza uno a familiarizar con circunstancias efímeras, que no tendrán jamás prolongación en el tiempo. Para vivirlo todo, primero hay que inmolar al que somos. Y así la vida se va convirtiendo en una fantasía. Por lo menos, esa vida que se tuvo alguna vez. Hoy ya no se es nadie, perdido todo por entregarse a los túneles y sus vicios. Deambulando por pasillos angostos, arrastrando los pies en la tierra, tanteando a ciegas como una especie de topo antropomorfo; perdido en innumerables pasillos, encrucijadas y rincones insólitos, así fueron las últimas noches que caminé por los túneles. Así se está cerca de la muerte, los túneles son cada vez más oscuros. Vagar durante días, perdido y sin vislumbrar una salida real. Tratan de sacarle a uno lo poco que tiene, un fogonazo en la penumbra, un forcejeo y tratar de sobrevivir. Otras veces, los techos de los pasillos se desploman y se salva el que puede.

Ya no volví a bajar. Hoy un perro me ladra por la ventana y no me deja dormir. Camino por la pieza, por la diminuta pieza de un lado para el otro. Me acerca a la realidad una radio a batería que sólo capta una emisora, en la que no se dejan de hacer alusiones indirectas sobre los túneles, y todo lo que representan. Siempre los refieren con un doble sentido, como si a esta altura alguien hubiera de sobresaltarse por su existencia; o porque se hable de ellos. Pasamos el tiempo escuchando las voces que nos informan sobre aquel mundo subterráneo. Lo único que nos queda en la superficie es la amarga crónica diaria de los Túneles, que ya son la realidad. Escuchamos atentos lo que sucede, lo que podría suceder y lo que es imposible; todo ello con el mismo gesto impávido, como testigos mudos de un acontecimiento insondable e irreversible.

            Mientras los hombres caminan como topos ciegos por las profundidades, con el tacto y el oído agudizados, como medios indispensables para asimilar aquello a lo que se ha reducido la realidad, yo junto ánimo y salgo a la calle desierta y sucia. En algunas esquinas ya se ven renegados de los suburbios reuniéndose, adorando las ruinas de un orden perdido y evocando sueños viejos, llenos de cordura e identidad. Contemplando las calles vacías me uno a ellos con timidez, con ansias de poder fingir que soy alguien.

Mario Gonçalves, marzo de 2008

Biografía de un hombre olvidado (cuento)

De las innumerables leyendas urbanas que nacen, crecen y se divulgan desde el seno de los más recónditos lugares hasta los medios difusores del ingenio popular de nuestras sociedades, hay algunas que trascienden las fronteras temporales y espaciales permaneciendo y expandiéndose. Hay otras que son relegadas a una geografía específica como parte integrante de la cultura local; o las hay que simplemente mueren al tornarlas inverosímiles la continua evolución de los pueblos que las crean. Pero de la incesante y fatigosa tarea de recolectar y registrar información, la cual el hombre asume con el afán de perpetuar cada instante del mundo, podemos reanimar aquellas historias que no han muerto, sólo permanecen dormidas a causa de la indiferencia de nuestros cuentistas.

Entre estas leyendas, la del hombre olvidado, es la que particularmente se encuentra más oculta en la memoria. No por haber sido poco estudiada y registrada, sino por estar desmembrada y reducida a un puñado de fragmentos diseminados en nuestra literatura, quizás a causa de la debilidad que la inacción le produjo. De esos fragmentos, que reunidos conformando una biografía poblarán estas páginas, el lector comprobará que en realidad no es ésta una historia consistente. Sólo es una deducción vaga, fruto de la constante observación de las experiencias humanas.

El hombre olvidado es un personaje casi imposible de historiar, debido a su característica fundamental y la única que puede afirmarse concretamente. Su aparición remota y su intermitencia en nuestra literatura, nos aportan una serie de aseveraciones vagas sobre su existencia, aunque sin darnos un origen exacto ni un tiempo preciso de su desarrollo.

No pretendo aquí concluir una afirmación sobre su existencia ni rebajar la leyenda a un simple mito popular. Apenas intentaré redactar algunas interpretaciones o deducciones sobre el hombre olvidado que me parecen dignas de reflexión.

Hay sólo un asunto a tener en cuenta para comprender la biografía: lo único que acertadamente puede decirse de su protagonista, es que cada persona que lo conoce, inmediatamente lo olvida. Y no es un olvido pasajero, como el recuerdo de una persona perdido en lo profundo de la memoria que revive al ver a ésta u oír sobre ella. Es más bien un destierro absoluto de la mente. Cuántas veces este personaje habrá sido presentado a las mismas personas, y habrá sufrido el gesto de indiferencia de parte de sus desconocedores. En consecuencia, nadie recuerda no solamente al protagonista, sino tampoco la historia de su vida.

Obviando todo comentario al pie, para su mejor comprensión, intentaré aquí la difícil tarea de elaborar la biografía de este personaje, que a pesar de haberlo conocido todos, ya todos lo hemos olvidado.

Comenzaré por señalar los rasgos en los cuales coinciden la mayoría de los narradores: uno de ellos corresponde al nombre de este particular ser humano, el cual no puede reproducirse, pues nadie lo recuerda. Así como tampoco su aspecto físico ni ninguna seña particular. En cuanto a su subsistencia, poco podemos decir. Probablemente su familia lo haya olvidado varias veces hasta perderlo. Tal vez fue criado por distintas personas hasta poder ampararse solo.

No hace falta decir que su relación con la sociedad fue nula. Soledad única la de un extraño entre una multitud de conocidos. Factiblemente pudo haber llevado adelante rectas conversaciones con distintas personas, para ser olvidado a la menor distracción. Pasaría horas vagando entre la gente, escuchando conversaciones en las que jamás podría intervenir más que como un extraño. Tal vez haya sentido amor por alguien, por supuesto, sin ser correspondido. Seguramente el amor por él fue superficial. O acaso se ama a quien no se recuerda.

Su suerte no fue momentánea, la relación amnésica del mundo para con él, tiene un surgimiento remoto que alcanza al propio nacimiento de este individuo. El hombre olvidado habría llegado al mundo imprevistamente ya que su madre olvidaba continuamente su gestación. De ahí deducimos que no sólo se olvida su persona sino, además, todo lo referido a él. Era un perfecto desconocido para todos. Sus intermitentes relaciones con la gente (como un eterno empezar a conocerse o una primera impresión) hicieron que su vida no fuera importante para nadie. Y si lo fue para alguien, ese alguien tuvo por importante algo de su propio pasado que jamás pudo recordar. Esperemos no haya sido importante para el mundo, porque de lo contrario, este sería un mundo interesado únicamente por lo desconocido e inverosímil. De todas formas si lo fue... ya lo olvidamos.

No tengo la seguridad de hablar de él en pasado o en presente. No sabemos de su destino. Si ha muerto o aún continúa deambulando anónimamente entre nosotros. Hay interpretaciones al respecto. Si su fallecimiento es real, ciertamente fue enterrado como un desconocido en una tumba desconocida; si aún vive igualmente es un fantasma que yerra siempre con un rostro nuevo, amalgamado en mil personalidades extrañas que son invariablemente la misma.

Para no ser desesperanzados podemos imaginar que el hombre olvidado en ese andar de peregrino incesante, en esa incomunicación inaudita, quizás haya forjado durante esos insufribles días algún artificio para llegar hasta nosotros. A lo mejor se dedicó a escribir, o acaso fuera creador de alguna obra magnífica y eterna de las que pueblan nuestra cultura; algo perpetuo que llegase intacto a cada persona y perdurase infinitamente en el tiempo; y lo más importante, que fuera inolvidable e ineludible. Hay quienes lo ven como una figura divina y aseguran que todas las obras anónimas son fabricadas por él. Pero quizá podríamos también suponer, y esto es más simple aunque menos interesante, que sola se perdió entre la multitud ignorante su figura melancólica, hasta guardarse para siempre en el anonimato.

Una característica más puede agregarse a esta tragedia inusitada que algunas mentes perspicaces sabrían aventurar, y es que el hechizo no alcanza exclusivamente a los otros. El desamparado personaje, además de ser desconocido por los otros, es también olvidado por sí mismo. Así vagaría el hombre postergado por el mundo como un eterno indiferente con su persona. Con un nombre distinto cada día y un ser inédito frente al espejo.

En este punto difieren algunos de los narradores que han modificado el tema, proponiendo otra hipótesis al respecto. Esta hipótesis (por la cual yo me inclino, tal vez por parecer la más martirizante) da vuelta el sentido de la anterior; es decir, el hombre olvidado al contrario de los que lo rodean posee una memoria increíble, un poder de retención muy superior a cualquier ser humano. Recordando cada instante, cada hecho de su vida y de las nuestras; cada rostro, cada palabra es inolvidable para él. Un hombre que camina entre nosotros conociéndonos a cada uno y a cada uno de nuestros pasos; como un verdadero hombre invisible, podría intervenir en nuestras vidas para bien o para mal, desde el eterno anonimato. Una tortura permanente; una vigilia solitaria para un ser sin rostro y sin nombre.

Sería inútil pretender encontrarlo; su detección es imposible. Si nos adentramos en la multitud para intentar identificarlo, creyéndonos astutos, buscaremos los rostros más sombríos y las actitudes más desconsoladas. Pero pronto abandonaremos esos rostros al notar que no los olvidamos, que volvemos a verlos una y otra vez permaneciéndose en nuestra memoria. Esos rostros siguen ahí tan conocidos como siempre; pero el hombre olvidado es nuevo cada vez y nos desespera tener que buscar a alguien que no conocemos. Empezamos a desconfiar de todos los desconocidos. Miramos atentos cada rostro nuevo tratando de encontrar algún gesto, una mirada diferente, algo en particular como una señal que lo delate. Pero es totalmente inútil, el hombre olvidado camina siempre solo aunque esté rodeado de una multitud. Aunque por momentos, apenas por momentos pueda acercarse y decir una palabra antes de volver al anonimato.Cuáles serán esas palabras que pronuncia durante tanto tiempo ensayadas en su mente esperando el momento de actuar. Qué será lo que su mente imagina acerca del mundo. Quizá por las noches frías de la ciudad, en soledad con el alma enrarecida por su mal, piense en ese pequeño momento en el que es alguien, que tiene un rostro y un nombre y una vida. Tal vez en ese momento comprenda qué es la soledad.

En último caso, lo único verdadero de esta pura imaginación; lo único tangible de mis recargadas deducciones es que hemos olvidado todo al respecto. Lo único que alcanzamos a advertir de ese fantasma que traspasa nuestras almas, que nos acompaña en las noches frías, es apenas el tenue rumor de las cadenas que lo castigan. Sólo tenemos el conocimiento de su existencia, una existencia sin forma. Al contrario del ausente o desaparecido, que no es más que recuerdo y ausencia, el hombre olvidado es pura presencia y olvido. Es una presencia vacía; la presencia en sí misma. No tiene identidad, por lo tanto, lo único que podemos asegurar acerca de su naturaleza, es aquello que todos tenemos en común.

Cualquiera puede ser este hombre anónimo, que hoy adoramos como a un dios, cualquier caminante de esta tierra puede ser ese ídolo abstracto. Tal vez alguien que lee estas líneas lo sea. Si lo es, seguramente ya lo olvidamos. Podría ser igualmente quien las escribe. Y si fuera así también lo han olvidado.

Cualquier rostro es olvidable, he ahí el temor.

 

Mario Gonçalves, marzo de 2008 

Palabra de barrio: una gramática urbana

 

Introducción:

 

Hay un barrio y hay una manera de nombrarlo, una gramática del barrio. Pero esa manera de nombrar y el objeto nombrado a veces toman distintos caminos. Según la gramática estructural (Alarcos Lorach, 1951), el signo se compone de una forma de contenido y una forma de expresión (pag. 19). Estos dos aspectos del signo, el cual es mutable e inmutable a la vez (Saussure, 1945, pag. 93-100), son independientes y en su evolución diacrónica están sometidos al influjo recíproco de su naturaleza; o como dice Barthes (1985), hay un conflicto entre la función y la significación, entre las necesidades del uso y la carga semántica que la historia le impone (pag. 260). En dos tópicos nos propondremos descubrir cómo se relacionan esas formas en el tránsito de las palabras por la vecindad del lenguaje.

   

Una esquina no tan esquinada

 

Quedan esquinas pobres que si no se vienen abajo es porque
están apuntalándolas todavía los compadritos muertos.
 
J.L Borges, Obras completas, 111.

 

El primer tópico para el análisis es la esquina sin ochava. Ya desde el siglo XIX todas las manzanas deben terminar en ochava, por disposición provincial incluida en las llamadas «Reformas rivadavianas» del gobierno de Martín Rodríguez. Este recurso urbanístico, del que Buenos Aires fue precursora en su uso generalizado, consiste en una línea recta que une de forma oblicua los lados de una manzana, impidiendo la formación de un ángulo recto. Por diferentes motivos, hay todavía esquinas que escapan a esta disposición. Algunas, a causa de demoliciones o aperturas de nuevas calles, que reubican edificaciones que antes se situaban a otra altura de la manzana. En otros casos, son edificaciones anteriores a la disposición, que al no ser reformadas no se ajustan a la norma (Avenali, 2020). En el partido de San Isidro, en la intersección de las calles Ituzaingo y Libertador Gral. San Martín, identificamos dos esquinas enfrentadas que carecen de ochava y nos sirven de ejemplo para su estudio (fig. 1 y 2).

De la observación de este fenómeno (la esquina sin ochava), surge la pregunta acerca de la correlación entre el objeto de la realidad y el concepto al que refiere el signo lingüístico con el que lo nombramos. Para la mejor formulación del interrogante, deberemos aclarar las diferencias entre ochava y esquina.

La característica principal por la cual se eligió la ochava como terminación del cuadrado de las manzanas es el favorecimiento de la visión, que permite la mejor circulación de los transeúntes. Se dice que en los tiempos en que se dispuso la normativa, los ángulos rectos de las esquinas dificultaban el giro de los carruajes, y además eran aprovechados por los delincuentes para emboscar a sus víctimas (Avenali, 2020). Esto nos conduce a la característica principal de la esquina (en ángulo recto), que es el ocultamiento. Entonces, tenemos por un lado, la ochava, que figura la idea de visibilidad, y por otro, la esquina, que es sinónimo de ocultamiento.

Anotamos un ejemplo de cada forma de utilización de la esquina en la literatura. El primero —que inspirara a Homero Manzi en su tango El último organito— es de Evaristo Carriego (1913), del poema Has vuelto:

 

con tu voz gangosa dirás en la esquina

la canción ingenua, la de siempre, acaso

esa preferida de nuestra vecina

la costurerita que dio aquel mal paso.

Nótese que en este ejemplo el organito es tocado en la esquina (ochava) pues desde ahí puede ser visto, y principalmente oído desde los cuatro puntos cardinales.

El segundo ejemplo nos sirve —además de mostrarnos la otra forma de uso de la esquina—, también para advertir que el fenómeno no se circunscribe sólo a nuestro barrio, sino que es global, ya que el signo esquina es el mismo más allá del objeto material al que alude. Saussure (1945), en relación a esto, dice:

 

…si una calle es destruida y luego reconstruida decimos que es la misma calle, aunque materialmente quizá no subsista nada de la antigua. ¿Por qué se puede reconstruir una calle de arriba a abajo sin que deje de ser la misma? Porque la entidad que la constituye no es puramente material; está fundada en ciertas condiciones a que es extraña su materia ocasional, por ejemplo su situación con respecto a las otras calles…

(pag. 133)

 

Por eso tomamos el caso del poeta colombiano Álvaro Mutis (1965) en su poema Canción del este:

 

A la vuelta de la esquina

te seguirá esperando vanamente

ése que no fuiste, ése que murió

 

En este caso la esquina es utilizada en el otro modo, como lugar que esconde, o detrás de la cual algo espera. Ese sentido de ocultamiento nos interesa porque es la característica por la cual la esquina es utilizada en diferentes expresiones para ejemplificar la idea de un descubrimiento. Decimos muchas veces «Hay un mundo detrás de la esquina»; «Lo encontrarás a la vuelta de la esquina». Ya sea en el caso de que haya algo por descubrir, o que algo nos espere, puede utilizarse en sentido positivo o negativo. El amor puede estar a la vuelta de la esquina, pero también la muerte. Además sirve para mostrar el carácter de inmediatez y de azar, ya que aquello con lo que nos podemos encontrar, puede estar muy cerca sin que lo notemos. Esto se debe a que el concepto de esquina es utilizado en sentido genérico; puede ser cualquier esquina, a todas se le atribuye la misma característica.

Ahora, este uso del concepto no se corresponde con la realidad espacial, en la que la ochava deja sin efecto todas estas especulaciones. La ochava se caracteriza por propiciar la visibilidad; nada puede esconder, y por lo tanto, nada hay por descubrir detrás de ella. Con esto se revela un principio de disociación entre el objeto espacial y el concepto ligado al signo lingüístico que utilizamos para nombrarlo.

Se puede especular acerca del origen de esas expresiones; si son ajenas a nuestro tiempo, ajenas a nuestra sociedad, o si han surgido a partir de la realidad espacial urbana que transitamos. Cualquiera sea el caso, es notable la diferencia entre el mundo, que podríamos llamar «idealizado», que se aloja en nuestra mente, y el medio urbano del que supuestamente tomamos el concepto. En el ámbito del lenguaje, la esquina, tiene connotaciones de las que carece en la realidad. Y aquella esquina sin ochava es, en principio, la arista que nos hace notar esta diferencia. Quizá sea la puerta de entrada a otras, que puedan descubrirse en la observación.

 

 

A ambos lados de la barranca

 

El camino hacia lo alto y el camino hacia lo bajo son uno y el mismo.
Heráclito, Fragmentos, 60.

 

Ya los filósofos presocráticos discutían sobre la cuestión del movimiento; los de la escuela de Elea negaban su posibilidad; los de Éfeso negaban que pudiera darse su contrario: proponían que el universo está en movimiento constante y no hay nada estático (Ferrater Mora, 1994, pag. 2705). Parecería tratarse de una cuestión de perspectiva, pero siglos de filosofía no han saldado la cuestión. Hoy nos preguntamos si es posible la mutabilidad y la inmutabilidad del signo en simultáneo. El ser humano posee la extraña capacidad de ver lo mismo y lo diferente a un tiempo y en el mismo lugar. Con estos antecedentes intentaremos dilucidar si lo alto es lo que le da sentido a lo bajo, o viceversa.

Esto lo desarrollaremos en el segundo tópico de este trabajo, el cual consiste en el análisis de una pronunciada barranca que divide la zona este del partido de San isidro en dos barrios bien diferenciados (fig. 3 y 4). Si bien es el accidente geográfico el que provoca la diferenciación demográfica de ambos lados del distrito, también se advierte una construcción de sentido direccionada desde uno de los lados. Aunque existen en el habla cotidiana menciones como «el alto» o «las lomas», es significativamente mayor la cantidad de veces que oímos y vemos la expresión «el bajo» como lugar delimitado y a parte del resto del distrito. Ejemplo de esto es la asiduidad con la que aparece la leyenda «del bajo» en la cartelería de los negocios de la zona a modo de complemento del nombre de los mismos. Los habitantes del bajo nombran sus negocios desde la perspectiva del alto. Esto, podríamos suponer en primera instancia, se debería a la conformación socio-económica de cada uno de los espacios; pero como causa alternativa podemos inferir que, aunque esa conformación socio-económica se halle en la actualidad mucho más heterogénea que en el pasado, subsiste, sin embargo, una impronta cultural que perpetúa la forma de nomenclatura urbana gestada en el pasado bajo categorías bien diferenciadas. Podemos seguir a Voloshinov y Bajtín (1998) en cuanto a lo que ellos llaman la cristalización de la palabra: «La palabra se cristaliza, con su antigua autoridad mágica, las leyes ventajosas para una minoría dirigente, que favorecen la servidumbre de la mayoría sometida.» (pag. 26). Esta cristalización habría consolidado la nomenclatura según parámetros de clase en nuestro barrio.

Estas especulaciones nos hacen reflexionar sobre la conformación de una gramática del barrio, que aparece como un reflejo distorsionado, en donde se dificulta discernir, cuál es el reflejo y cuál el objeto reflejado. Según Barthes (1985), toda ciudad está dotada de un centro que funciona como lugar de organización y de encuentro con el otro, aunque este centro esté vacío (pag. 363). Podríamos pensar entonces, siguiendo con la analogía del reflejo y lo reflejado, a este centro como un gran espejo (vacío de contenido) en donde nos encontramos a nosotros mismos, pero también nos vemos como a un otro, en la identificación con los demás.

Ahora bien, cómo se relaciona ese acto reflexivo entre lo alto y lo bajo es algo que parece escapársenos. Para su comprensión podemos recurrir a la forma de organizar el significado y el significante en Lacan (1994), quien propone, trascendiendo lo formulado por Saussure (la relación cerrada entre ambos aspectos del signo), que el pensamiento está regido por una constelación de significantes que se dan significado en la relación que tienen entre sí; siendo estos significados mudables (pag. 304). También Barthes (1985) parece advertirlo cuando dice que los significados pasan, y los significantes quedan (pag. 262); un ejemplo histórico puede ser el de Edipo; los antiguos griegos tuvieron su interpretación (mito), los freudianos tuvieron la suya (complejo), pero Edipo sigue ahí.

Siendo esto así el influjo de significado entre lo alto y lo bajo sería mutuo; como las clases sociales, los géneros, las nacionalidades, etc. Cuando se adjudica un significado a uno de los lados (significante), por oposición se entiende al otro lado como poseedor del atributo contrario. Podemos afirmar entonces que de cualquiera de los lados de la barranca en que nos situemos, estaremos siendo significados por el otro lado y dando significado a su vez a los otros.

 

 

Conclusión

 

Como conclusión diremos que aquella discusión entre los antiguos filósofos acerca del movimiento y lo estático, nos sirve hoy como espejo de nuestras inquietudes. Hacemos nuestro humilde aporte con una gramática del barrio, en la que lo mutable e inmutable de la lengua —que hacemos todos y no hace nadie—, conviven paradójicamente para hacernos significantes que reflejamos y somos reflejo a la vez; en un barrio con esquinas que ocultan y develan, barrancas que suben pero también bajan. Un barrio en movimiento perpetuo, pero que se conserva a sí mismo como un monumento. Vale decir que esto es lo que pensamos hoy, mañana los significados habrán cambiado: palabra de barrio.

 

Mario Gonçalves, noviembre 2023.

 

Bibliografía:

Alarcos Lorach, Emilio (1951). Gramática estructural. Gredos.

Avenali, Agustín (2020). Esquinas sin ochava en Buenos Aires. Medium.com.ar.

Barthes, Roland (1985). La aventura semiológica. Paidós.

Borges, Jorge Luis (1972). Obras completas. Emecé.

Carriego, Evaristo (1913). Has vuelto, en La canción del barrio. Wikisource.

Ferrater Mora, José (1994). Diccionario de filosofía. Ariel.

Heráclito (1983). Fragmentos. Orbis.

Lacan, Jacques (1994). El seminario: libro 4: la relación de objeto. Paidós.

Mutis, Álvaro. Canción del este. poemasde.net.

Saussure, Ferdinand de (1945). Curso de lingüística general. Losada.

Voloshínov, V.N. y Bajtín, Mijaíl (1998). ¿Qué es el lenguaje?. Almagesto.