«EL MATADERO»: EL PRIMER CUENTO DEL RÍO DE LA PLATA

 


El texto de Echeverría fue, al momento de su publicación, catalogado como un bosquejo de la realidad, por Juan María Gutiérrez, quien encontrara el manuscrito entre los papeles de su amigo, fallecido veinte años antes. La apariencia de borrador que tiene por su escritura precipitada denota el carácter de material crudo para la futura composición de una obra más acabada. Sin embargo, el tiempo le daría al escrito el título de «primer cuento del Río de la Plata». ¿Cuáles son las características que permiten situarlo en esta categoría? Para responder esta cuestión analizaremos la estrategia narrativa que sigue el autor y el perfil que adopta como narrador en el proceso de evolución del texto.

 

Ya en el comienzo del texto el narrador se diferencia de «los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros prototipos»[1]. Con esto anuncia dos cosas, que están ligadas entre sí; primero: que está dispuesto a no cumplir con el «deber» —en el plano narrativo— que marcan las convenciones estéticas del género; segundo: la renuncia a continuar un legado cultural (y político) heredado de España. En su viaje a Francia, el autor había entrado en contacto con las ideas de pensadores europeos que impulsaban el conocimiento del mundo. Ese «impulso hacia el descubrimiento se suma al programa de la independencia cultural respecto de España»[2]. Pero la mención al Arca de Noé no sirve sólo a los fines del distanciamiento de la forma de contar, sino que le será útil además, en la continuidad de los hechos: el diluvio que sufre la ciudad durante la cuaresma, y la nada ingenua acusación a los unitarios de ser los causantes del desastre natural, para comenzar a crear uno de los perfiles que serán retratados en este escrito. Ese perfil es el de aquel que «atesora una docilidad singular para someterse a toda clase de mandamientos»[3], en donde la palabra «mandamiento» remite a lo religioso, pero también se extiende al poder de la Federación. Porque en el perfil que se describe, lo que lo subordina es principalmente su ignorancia. El narrador va a comenzar, por otra parte, a marcar su posición enfrentada, al demostrar la falsedad de las conjeturas místicas acerca del fenómeno climático: «no tuvo efecto la ceremonia, porque bajando el Plata, la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad de conjuros ni plegarias.»[4], lo que lo pone en un lugar distanciado de lo que está describiendo. Esto se refuerza con el aval de los médicos que aconsejan no extender la abstinencia de carne, a lo que los religiosos se niegan. Así se va generando una oposición entre los que se guían por el conocimiento, y por otro lado los que se dejan guiar por la ignorancia (doctos e ignorantes). La falta de entendimiento del vulgo no tiene contención pues el propio gobierno confunde los «rumores y estruendos» con «tumultos de origen revolucionario», lo que indica su desconocimiento de la situación pero además el estrecho margen de posibilidades que acotan la realidad sólo al orden impuesto o a la posible desobediencia del mismo.

En toda esta parte del relato el tono crítico del narrador demuestra su compromiso con «un proceso crítico a la realidad, al tiempo y a las instituciones a través de la mordacidad, la agudeza, la inteligencia sin concesiones, caracteres del costumbrismo que se viven como instrumentos imprescindibles.»[5]. Dicho costumbrismo, es herencia española, pero como bien vimos al principio del relato, el narrador está dispuesto a no cumplir con el «deber» de seguir a sus antecesores. A la luz de esa advertencia podemos entender el tono costumbrista como un instrumento que sirva para mostrar a determinado nivel, o desde cierta perspectiva lo que se está contando, pero que llegado el momento puede cambiarse por otro más útil según la necesidad.

En ese tono crítico hay variantes. Por ejemplo, si bien la ironía marca un distanciamiento consciente del narrador, la misma, por un momento parece suspenderse para decir lo siguiente: «el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la iglesia y el gobierno.»[6]. El narrador apela a una seriedad y franqueza para mostrar lo que realmente piensa, sin mediar la ironía. Esto, dicho en un mismo párrafo luego de la reflexión acerca de que la iglesia, al tener el poder de conjurar al demonio, tiene derecho a comer carne; y antes de hablar de los buenos tiempos que la Revolución vino a turbar. Dos claras ironías que ayudan a seguir perfilando el carácter o posicionamiento del narrador con respecto a lo narrado.

Para continuar con la identificación de la Federación con lo religioso (institucional) dice que «la Federación estaba en todas partes, hasta en las inmundicias del matadero», otorgándole la cualidad divina de la omnipresencia, sin dejar el tono irónico.

A partir de ahora el relato se centra en la descripción del matadero, adoptando un tono documental como se percibe en la siguiente advertencia «Pero para que el lector pueda percibirlo a un golpe de ojo preciso es hacer un croquis de la localidad.»[7]. La alusión al lector disuelve de repente la burbuja que encierra el mundo ficcional en el que el narrador está inmerso, convocándolo a una mejor apreciación de la cuestión. Por otro lado, la necesidad de reconocimiento del terreno y la utilización de una palabra más técnica como croquis, ayudan a la atmósfera de disección de la realidad, tal como su amigo Gutiérrez dice en su «Estudio crítico»: «a manera del anatómico que domina su sensibilidad delante del cadáver, se detuvo a contemplar las escenas que allí se representaban»[8].

Al describir con detalle el matadero, el narrador no hace más que ejemplificar a escala a la Federación misma, como un reflejo de ella y en donde se repiten las relaciones de poder en torno a la miseria y el despropósito: «el juez del matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña república por delegación del Restaurador.»[9]. En el paralelismo que traza, teniendo en cuenta cómo se ha ido construyendo la figura grotesca del Restaurador en el relato, no se llega a discernir si el matadero es una ambiciosa imitación del gobierno, o por el contrario, el gobierno es una burda parodia del matadero. Es decir, cuál es el reflejo y cuál el reflejado: «simulacro en pequeño era este del modo bárbaro con el que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales.»[10]

Continuando el relato de disección de la sociedad del matadero, y habiendo suspendido por el momento el tono irónico que mediaba la distancia con el objeto estudiado, el narrador se concentra en los hechos crudos que recoge su escrutadora mirada. Recuérdese que el lector ahora está junto a él ya que fue convocado. Esto es representado en el lenguaje directo, sin metáfora ni ironía que medie entre los hechos y su lectura. El esfuerzo por mostrar los hechos tal cual son se manifiesta en la misma afirmación del narrador de que «la escena que se representaba en el matadero era para vista no para escrita.»[11].

A partir de la decapitación accidental del niño en el episodio del toro desbocado, el tono vuelve a cambiar. Pasamos de lo general a lo particular, de la escena costumbrista al ojo documental y ahora a lo que podríamos llamar cuento propiamente dicho. La diferencia estriba principalmente en el hecho particular con el que se encuentra el narrador que hasta ahora estaba simplemente historiando, como lo afirma al principio: «A pesar de que la mía es historia…»[12]. Dice Noé Jitrik al respecto: «Podemos, entonces, decir que El Matadero es un cuento si omitimos que hasta muy avanzado el relato no parecía encaminarse hacia la presentación de una situación particular.»[13]. Aquí se vuelve a manifestar la flexibilidad estilística a la que, como demostramos al principio, parece estar dispuesto el narrador. Tal flexibilidad parece estar generando una dualidad a nivel narrativo, que podría reflejar a su vez la dualidad que, como veníamos advirtiendo, se va creando entre el sujeto narrado y el lugar opuesto en que el propio narrador se estaba posicionando; y que más adelante veremos ocupado por un personaje, la segunda víctima mortal de esta historia.

Ahora bien, la forma conceptual binaria es constitutiva del movimiento romántico, al cual Echeverría adhiriera a su vuelta de Europa. A nivel político aparece naturalmente la dicotomía Unitarios y Federales, pero esta forma de relación atraviesa distintos niveles en este texto. En la parte costumbrista, el narrador aparecía criticando desde la distancia, marcada en las expresiones e inflexiones. En la segunda parte (de la dualidad narrativa) el narrador ha bajado al terreno, está entre los sujetos de estudio, hace lugar a sus voces y su forma de expresión. Pero para no desbalancear el organismo de la historia, aparece en escena el unitario, para ocupar ese lugar en la dualidad primera de la parte costumbrista: la de los doctos y los ignorantes; los Unitarios y los Federales.

Luego de atrapado, sacrificado y faenado el toro desbocado, la turba federal se ensaña con un unitario que pasaba incauto por el lugar. Si el narrador se diferencia notablemente de las voces de las gentes del matadero, no va a ser diferente con la voz del unitario. Éste, cuando habla, utiliza un tono y expresiones particulares, dignas de su clase. Parecería que el narrador deliberadamente pretende diferenciarse, en su lenguaje, de ambos bandos. Aunque su posición moral esté innegablemente del lado del unitario, como se aprecia en algunas ironías que todavía se deslizan: «¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales!, siempre en pandilla cayendo como buitres sobre la víctima inerte.»[14], en el plano narrativo es preciso mantener una conducta para mostrar fielmente lo que sucede. Recordemos que lo de él «es historia» por lo que debe atenerse a los hechos.

El narrador de «El matadero» es construido por el autor como un personaje más. Su función es reflejar, desde el plano narrativo, la oposición entre dos mundos que parecen irreconciliables. «El mundo del matadero es, desde la mirada de Echeverría, precultural.»[15], por lo que contrasta con el progresismo propugnado por el escritor y su generación. En el pasaje entre las dos partes del relato, el narrador se distancia del costumbrismo de herencia española (aunque lo utiliza eficazmente) para ensayar un método directo de observación de la realidad. Pero su premisa filosófica es la síntesis y no la oposición:

 

La amalgama o síntesis de elementos diferentes (y aun opuestos) se manifiesta, inmediatamente, como el procedimiento generador de las fórmulas doctrinarias que Echeverría enuncia como credo de la nueva generación y para una sociedad que se ha extraviado respecto de sus comienzos.[16]

 

Debemos entender el proceso de cambio narrativo como una evolución, un progreso de la forma de mostrar la realidad, a la que parecería estar abocado Echeverría en este texto. Si bien hay dos espacios bien delimitados que se advierten en la forma de narrar, en la segunda parte, sin embargo, el tono crítico reaparece esporádicamente en algunos comentarios como: «Los unitarios habían dado fin a una de sus innumerables proezas»[17], lo que indica que la evolución de la que hablamos no es una simple superposición de modelos sino una fusión. No hay una forma que suplante a otra sino una síntesis de ambas. El crítico y el documentalista se alternan según la necesidad. Al final del relato reaparece el historiador, figura que representa la síntesis —y que había estado en el comienzo—, para llevar al lector de vuelta de lo particular a lo general, y volviendo a tomar distancia incluso en el plano temporal: «En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran…»[18]. El estudio crítico-documentalista del historiador concluye en este último párrafo que «el foco de la Federación estaba en el matadero»[19], saldando la cuestión de cuál era el reflejo y cuál el reflejado. Hay algo en la naturaleza del sujeto estudiado que se ha revelado en el proceso. La correspondencia entre la naturaleza y la sociedad está vinculada directamente con el romanticismo. Esa naturaleza brutal que se vive en el matadero predispone a su gente a subordinarse a una autoridad que la articula a través de la manipulación del lenguaje: «conforme a la jerga inventada por el Restaurador»[20].

Esa correspondencia también se da en el caso del unitario. La sangre parece querer salírsele del cuerpo reaccionando ante la injusticia. Así como cuenta Sarmiento acerca del rugido del tigre que asecha a Facundo: «sin que haya motivo de temor, causa un sacudimiento involuntario en los nervios, como si la carne se agitara, ella sola, al anuncio de la muerte.»[21]. La carne, o la sangre, en este caso, representa a la naturaleza (material) sublevándose ante lo que sucede en el plano del espíritu. La unión de ambos planos se concreta en el acto de muerte que, coincidiendo con el sentir del unitario: «—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.»[22], se manifiesta en su organismo por la sangre que bullente empuja por salírsele del cuerpo hasta reventar, «de rabia» dirá uno de los sayones; de impotencia ante la injusticia, puede deducirse de la pluma del autor.

En principio, el carácter de proceso, ensayo, o borrador que tiene el texto explicaría su no publicación por parte del autor. Pero también hay consenso con la idea de que su carácter ficcional lo dejaba afuera del ideal literario de la época, así lo explica Ricardo Piglia: «Habría que decir que Echeverría no lo publicó justamente porque era una ficción, y la ficción no tenía lugar en la literatura argentina tal como la concebían Echeverría y Sarmiento.»[23] El asumir el texto como ficción nos permite analizar el plano narrativo también como un hecho ficcional con fines específicos, en el cual encontramos representado un discurso doctrinario en donde la fusión de los opuestos es necesaria para la conformación de la sociedad anhelada. Este discurso está sugerido ya desde el principio en el rompimiento con la forma tradicional de contar para inaugurar una forma nueva.

  Para terminar, hemos visto que la construcción de una estrategia narrativa, en un proceso de transformación con fines específicos del narrador, nos revela el carácter de cuento que hay en «El matadero»; puesto que se manifiesta una manera de contar y al mismo tiempo, ésta revela una intención extratextual. El paso del cuadro de costumbres al estilo documental, y luego al hecho dramático particular forman parte de un todo que parece sostener la idea de «síntesis» coincidente con el pensamiento filosófico del autor. Todo lo cual justifica la categorización del título, por ser el texto de Echeverría el primero en el Río de la Plata del que pueden derivar tales conclusiones.


Mario Gonçalves, febrero 2024

 

  


[1] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.107.

[2] Altamirano – Sarlo, «Ensayos argentinos: de Sarmiento a la Vanguardia», s.d., p.6.

[3] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.107.

[4] Ib., p.109.

[5] Noé Jitrik, «Forma y significación en El Matadero de Esteban Echeverría», s.d., p.6.

[6] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.110.

[7] Ib., p.111.

[8] Ib., p.103.

[9] Ib., p.112.

[10] Ib., p.114.

[11] Ib., p.115.

[12] Ib., p.107.

[13] Noé Jitrik, «Forma y significación en El Matadero de Esteban Echeverría», s.d., p.1.

[14] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.119.

[15] Altamirano – Sarlo, «Ensayos argentinos: de Sarmiento a la Vanguardia», s.d., p. 24.

[16] Ib., p.36.

[17] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.123.

[18] Ib.

[19] Ib.

[20] Ib.

[21] Domingo F. Sarmiento, Facundo: civilización y barbarie, Buenos Aires, Centro Editor de Cultura, 2009, p.88.

[22] Esteban Echeverría, «El matadero», en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, 2019, p.123.

[23] Ricardo Piglia, «Echeverría y el Lugar de la Ficción», en la Argentina en pedazos. Ediciones Urraca, 1933, p.4.

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