Aunque pareciera que la utilidad de un túnel sólo consiste en unir dos
puntos determinados, ya sea oficialmente o de forma secreta, es sorprendente
ver la diversidad de usos que la gente les da. Uno puede caminar por ellos como
un paseante y ver a lo largo del camino, en cada puerta un mundo distinto y
totalmente nuevo. Cada puerta seguramente comunica a una casa particular,
aunque también las hay que desembocan en lugares públicos y hasta en edificios
estatales. En cualquier lugar en donde se esté en la superficie, probablemente
haya una entrada a los túneles. Si es en una casa particular, lo tendrán a la
vista y en buen estado, en un lugar preferencial. Pero si es en un lugar
público estará cubierto o disimulado, ya que visitarlos es mal visto por
algunos, aunque se dificulta encontrar a alguien que no lo haga. La mayoría de
los que protestan por el mal uso de los túneles, por las noches se los
encontrará abajo.
Lo más sencillo cuando se anda por la calle aburrido y se sienten
deseos de entrar, es abrir una tapa de desagüe y bajar. Ahí seguramente se
encontrará alguna puerta. Una vez adentro las alternativas son varias, aquí se
encuentran todas las cosas que arriba, están prohibidas o son inaccesibles.
Todo lo que no se puede hacer arriba es seguro que por inercia abajo se hará.
Cuando uno camina por los túneles tiene a cada lado puertas, las cuales algunas
permanecen cerradas, con carteles indicadores de lo que hay adentro; y otras
abiertas, por las que se pueden ver cosas geniales como también cosas
terribles; éstos son los exhibicionistas que no sólo quieren relacionarse con
su gente sino, también captar la atención de todo transeúnte. Pero las que más
llaman la atención son las que permanecen cerradas sin ninguna indicación. De
estas puertas se puede esperar cualquier cosa.
Los lugares más comunes son las intersecciones, que son lugares
recreativos y de reunión en donde la gente se conoce. Luego pasan a otros
lugares que aunque más selectos o apartados de los grandes grupos no son para
nada íntimos, aquí la intimidad no existe; todo se hace en grupo o a la vista
de cualquiera que pase por ahí. Esa es una de las diferencias con la
superficie. En los túneles no hay personas, sólo individuos; así se los llama.
Al bajar, las personas pierden su identidad, pasan a ser simples objetos que
interactúan con otros objetos manipulando o siendo manipulados. Es un juego en
el que la gente es un individuo anónimo relacionándose con otros individuos
anónimos.
Yo he visitado con frecuencia los túneles, aunque ahora mi entrada está
clausurada. En el tiempo de mis visitas he visto cosas que antes jamás me había
imaginado. Es increíble darse cuenta de cómo las leyes de la superficie
reprimen a la gente. Por esta razón en los últimos días se han estado debatiendo
en el parlamento algunas medidas para terminar con los túneles o por lo menos
restringir las actividades que en ellos se conciben. Pero esto es casi
imposible, ya que los lugares de recreación colectiva (así los llaman los
defensores) no están en sitios públicos. Ni siquiera están en los mismos
túneles, sino en las casas particulares de los individuos que eligen abrir una
puerta a dichos túneles que, además, no pertenecen a nadie, ni son espacios
públicos; por lo tanto el estado no tiene jurisdicción sobre ellos. Su
construcción se fue dando poco a poco. Al principio era un solo túnel al que se
le fueron agregando otros. Cuando el túnel llega a la casa de alguien, este
alguien empieza a excavar continuando el trayecto de su vecino anterior,
trayecto que continuará su vecino siguiente. Así, están en continua
construcción sin que nadie sea su dueño. Inclusive hubo redes de túneles
apartadas cuya unificación hace un par de años se vivió por toda la comunidad
como una verdadera celebración. La integración de las libertades individuales
de toda la ciudad.
Hace unos cuatro o cinco años andar por los túneles era fácil, uno
nunca se perdía, se conocían los trayectos y las encrucijadas; y se podía
reconocer a algunos frecuentes visitantes. Pero hoy en día ya es un mundo de
gente, todos desconocidos. Los trayectos son cambiantes. Algunos oportunistas
por unas monedas se ofrecen de guías o nos venden un mapa con vigencia de uno o
dos días. Los esfuerzos que se han hecho por parte de las agrupaciones de
usuarios de los túneles para señalizarlos y para numerar las puertas han sido
siempre en vano. Debe ser por el espíritu de libertad que despiertan y por el
mismo espíritu con el que fueron creados, que hace que las reglas sean
rechazadas por la mayoría. Por eso todo tipo de ley o norma que en la
superficie da resultado fracasaría ahí abajo. Sería el principio del fin de los
túneles, ya que perderían uno de sus propósitos principales: la libertad. Por
eso ahí es donde se ve cómo la gente es en realidad, sin ninguna presión colectiva.
Entonces, si se quiere sobrevivir hay que entrar preparado. Lo más
importante a la hora de entrar en los túneles es una brújula, para evitar
perderse. Si se prescinde de este elemento y uno se encuentra perdido, lo más
recomendable es buscar una puerta a la superficie en donde reinan las leyes y
las señalizaciones. Otro elemento importante es una linterna, que debe ser de
una potencia considerable ya que, aunque hay algunos que suelen iluminar sus
entradas hay otros muchos que no lo hacen; y menos iluminados están los
trayectos en los que no hay entradas. Estos elementos y otros también útiles
pueden encontrarse en puestos de venta en los mismos túneles. El comercio y el
intercambio subterráneo son un negocio que muchos eligen hoy en día. Hasta hay
locales que sólo atienden al público de los túneles y también habitaciones de
alquiler con entrada sólo desde los túneles. Yo vivo en una de ellas, aunque
ahora clausuré la puerta y salgo por una pequeña ventana que da a la
superficie. Estoy aislado totalmente debido, por un lado a las restricciones
colectivas y por el otro a la avasalladora libertad individual.
La mayoría de las personas apenas terminan su trabajo se van corriendo
a los túneles por la primera entrada que encuentran. Las calles después de las
siete están desiertas. Los pocos comercios que aún se empecinan en querer
vender en la superficie; los cines que proyectan para unos pocos solitarios;
los bares y restaurantes completamente vacíos describen una realidad equívoca.
Pareciera que ésta es una ciudad abandonada. Pero no lo es, el murmullo de la
muchedumbre se oye por las alcantarillas y el olor de la masa interactuando
sube lentamente a la superficie. Todos están deleitándose con lo prohibido.
Probando los placeres y también los dolores desconocidos para la sociedad. Lo
que más abunda es el juego de azar con sus miles de formas de ganar o de
perder. También las diferentes formas de evasión por medio de sustancias, para
los que buscan una más profunda escapatoria a la realidad de la superficie. Para
el contrabando, secuestros, asesinatos y robos también se utilizan. Es común
que se secuestre a alguien y se lo lleve abajo para sacarle lo que tenga, para
luego dejarlo ir. Esto con suerte, ya que un asesinato en los túneles no es
asunto para ninguna justicia, más por el temor que por una cuestión legal. Pero
por supuesto lo más importante y que predomina son las relaciones humanas
directas, sexuales y en algunos casos también sentimentales. Aunque en este
tipo de interacción entre simplemente humanos están despojados los individuos
de toda “marca superficial”. Es decir, libres de los cánones exteriores o de la
sociedad de la superficie. Los individuos saben de antemano lo que quieren, son
puro deseo y van directo a satisfacerse. Por eso se dice de los túneles que son
un medio de autosatisfacción, ya que en la relación que se plantea el otro no
es el prójimo con nombre y apellido; al menos no en la medida en que uno
tampoco lo es. Uno se convierte en un tipo manipulador y en un objeto
manipulado según los deseos del caso sin preámbulo, sin prolongación ni
consecuencia.
En una noche de soledad uno puede internarse en los túneles, deambular
curiosamente y llegar a uno de esos lugares donde los individuos se conocen.
Poner en práctica la más simple, o casi grotesca maniobra de atracción, y
ligarse a una persona de una manera que hasta ese momento sólo podía haber
imaginado. No es necesaria ninguna descripción individual; las marcas
superficiales no son importantes, lo importante es la situación que lo turban a
uno de tal manera que graban en el cerebro los recuerdos como sobre piedra un
jeroglífico; extraños símbolos de audacia, estremecimiento y enajenación. No le
queda a uno ningún recuerdo personal, tan sólo de la situación, del momento y
la emoción. Pues eso se hace en los túneles: se actúan situaciones y se viven
sensaciones, mas luego se olvidan los rostros quedando el sabor de los actos.
Pero al poco tiempo se despierta el deseo con más fuerza que antes y se
tiene que bajar. Recorrer los túneles en busca de aquel símbolo, dedicar las
horas de ocio a encontrarlo repitiendo el mismo juego una y otra vez. Uno
quiere volver a vivir la misma situación con las mismas acciones y los mismos
tiempos pero todo es en vano. Sólo se encuentran bosquejos garabateados de lo
que se vivió. Una a una van pasando las noches, y cada noche una máscara y una
burda representación del momento anhelado. No es lo mismo, no puede ser lo
mismo si todo cambió. Por más que intentemos recrear la situación, la identidad
nos vence y el espíritu impersonal de los túneles triunfa definitivamente. Por
supuesto que pensamos en buscarnos, pero como es costumbre en los túneles no
dar un nombre verdadero ni una dirección, es imposible encontrar a nadie.
Generalmente uno se inventa una vida falsa, un poco por seguridad estando
delante de un extraño, pero más por cumplir una mera fantasía. Igualmente ya no
se volverá a encontrar al otro que probablemente nos esté engañando también.
Alguna vez, yo dije mi nombre verdadero. Quisiera creer que ella no se
deja engañar por las costumbres de los túneles pensando que yo fui un invento,
un simple objeto de fantasía. Esperaba a veces encontrarla por algún pasillo y
que viera que soy real. Pero es en vano, la ilusión moría súbitamente. Pensará
que todo en mí fue mentira, mi nombre, mi presencia y mi vida.
Evidentemente los Túneles no son para cualquiera. Hay que estar siempre
preparado para abandonarlo todo, vivir como un nómada. Porque de lo contrario,
se empieza uno a familiarizar con circunstancias efímeras, que no tendrán jamás
prolongación en el tiempo. Para vivirlo todo, primero hay que inmolar al que
somos. Y así la vida se va convirtiendo en una fantasía. Por lo menos, esa vida
que se tuvo alguna vez. Hoy ya no se es nadie, perdido todo por entregarse a
los túneles y sus vicios. Deambulando por pasillos angostos, arrastrando los
pies en la tierra, tanteando a ciegas como una especie de topo antropomorfo;
perdido en innumerables pasillos, encrucijadas y rincones insólitos, así fueron
las últimas noches que caminé por los túneles. Así se está cerca de la muerte,
los túneles son cada vez más oscuros. Vagar durante días, perdido y sin
vislumbrar una salida real. Tratan de sacarle a uno lo poco que tiene, un
fogonazo en la penumbra, un forcejeo y tratar de sobrevivir. Otras veces, los
techos de los pasillos se desploman y se salva el que puede.
Ya no volví a bajar. Hoy un perro me ladra por la ventana y no me deja
dormir. Camino por la pieza, por la diminuta pieza de un lado para el otro. Me
acerca a la realidad una radio a batería que sólo capta una emisora, en la que
no se dejan de hacer alusiones indirectas sobre los túneles, y todo lo que
representan. Siempre los refieren con un doble sentido, como si a esta altura
alguien hubiera de sobresaltarse por su existencia; o porque se hable de ellos.
Pasamos el tiempo escuchando las voces que nos informan sobre aquel mundo
subterráneo. Lo único que nos queda en la superficie es la amarga crónica
diaria de los Túneles, que ya son la realidad. Escuchamos atentos lo que
sucede, lo que podría suceder y lo que es imposible; todo ello con el mismo
gesto impávido, como testigos mudos de un acontecimiento insondable e
irreversible.
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