Túneles suburbanos (cuento)


En principio era sólo un pasaje clandestino, un pequeño túnel que unía dos casas particulares. Su ubicación exacta y quiénes fueron los iniciadores ya son datos perdidos. Lo importante es el uso que con el tiempo se les dio, y su rápido crecimiento. En un lapso de siete años el conjunto de túneles ha aumentado rápidamente su tamaño. Al principio eran apenas unos pasajes que debajo del suelo recorrían un par de calles; hoy son grandes túneles que recorren toda la ciudad. Algunos aseguran que “son la ciudad”.

Aunque pareciera que la utilidad de un túnel sólo consiste en unir dos puntos determinados, ya sea oficialmente o de forma secreta, es sorprendente ver la diversidad de usos que la gente les da. Uno puede caminar por ellos como un paseante y ver a lo largo del camino, en cada puerta un mundo distinto y totalmente nuevo. Cada puerta seguramente comunica a una casa particular, aunque también las hay que desembocan en lugares públicos y hasta en edificios estatales. En cualquier lugar en donde se esté en la superficie, probablemente haya una entrada a los túneles. Si es en una casa particular, lo tendrán a la vista y en buen estado, en un lugar preferencial. Pero si es en un lugar público estará cubierto o disimulado, ya que visitarlos es mal visto por algunos, aunque se dificulta encontrar a alguien que no lo haga. La mayoría de los que protestan por el mal uso de los túneles, por las noches se los encontrará abajo.

Lo más sencillo cuando se anda por la calle aburrido y se sienten deseos de entrar, es abrir una tapa de desagüe y bajar. Ahí seguramente se encontrará alguna puerta. Una vez adentro las alternativas son varias, aquí se encuentran todas las cosas que arriba, están prohibidas o son inaccesibles. Todo lo que no se puede hacer arriba es seguro que por inercia abajo se hará. Cuando uno camina por los túneles tiene a cada lado puertas, las cuales algunas permanecen cerradas, con carteles indicadores de lo que hay adentro; y otras abiertas, por las que se pueden ver cosas geniales como también cosas terribles; éstos son los exhibicionistas que no sólo quieren relacionarse con su gente sino, también captar la atención de todo transeúnte. Pero las que más llaman la atención son las que permanecen cerradas sin ninguna indicación. De estas puertas se puede esperar cualquier cosa.

Los lugares más comunes son las intersecciones, que son lugares recreativos y de reunión en donde la gente se conoce. Luego pasan a otros lugares que aunque más selectos o apartados de los grandes grupos no son para nada íntimos, aquí la intimidad no existe; todo se hace en grupo o a la vista de cualquiera que pase por ahí. Esa es una de las diferencias con la superficie. En los túneles no hay personas, sólo individuos; así se los llama. Al bajar, las personas pierden su identidad, pasan a ser simples objetos que interactúan con otros objetos manipulando o siendo manipulados. Es un juego en el que la gente es un individuo anónimo relacionándose con otros individuos anónimos.

Yo he visitado con frecuencia los túneles, aunque ahora mi entrada está clausurada. En el tiempo de mis visitas he visto cosas que antes jamás me había imaginado. Es increíble darse cuenta de cómo las leyes de la superficie reprimen a la gente. Por esta razón en los últimos días se han estado debatiendo en el parlamento algunas medidas para terminar con los túneles o por lo menos restringir las actividades que en ellos se conciben. Pero esto es casi imposible, ya que los lugares de recreación colectiva (así los llaman los defensores) no están en sitios públicos. Ni siquiera están en los mismos túneles, sino en las casas particulares de los individuos que eligen abrir una puerta a dichos túneles que, además, no pertenecen a nadie, ni son espacios públicos; por lo tanto el estado no tiene jurisdicción sobre ellos. Su construcción se fue dando poco a poco. Al principio era un solo túnel al que se le fueron agregando otros. Cuando el túnel llega a la casa de alguien, este alguien empieza a excavar continuando el trayecto de su vecino anterior, trayecto que continuará su vecino siguiente. Así, están en continua construcción sin que nadie sea su dueño. Inclusive hubo redes de túneles apartadas cuya unificación hace un par de años se vivió por toda la comunidad como una verdadera celebración. La integración de las libertades individuales de toda la ciudad.

Hace unos cuatro o cinco años andar por los túneles era fácil, uno nunca se perdía, se conocían los trayectos y las encrucijadas; y se podía reconocer a algunos frecuentes visitantes. Pero hoy en día ya es un mundo de gente, todos desconocidos. Los trayectos son cambiantes. Algunos oportunistas por unas monedas se ofrecen de guías o nos venden un mapa con vigencia de uno o dos días. Los esfuerzos que se han hecho por parte de las agrupaciones de usuarios de los túneles para señalizarlos y para numerar las puertas han sido siempre en vano. Debe ser por el espíritu de libertad que despiertan y por el mismo espíritu con el que fueron creados, que hace que las reglas sean rechazadas por la mayoría. Por eso todo tipo de ley o norma que en la superficie da resultado fracasaría ahí abajo. Sería el principio del fin de los túneles, ya que perderían uno de sus propósitos principales: la libertad. Por eso ahí es donde se ve cómo la gente es en realidad, sin ninguna presión colectiva.

Entonces, si se quiere sobrevivir hay que entrar preparado. Lo más importante a la hora de entrar en los túneles es una brújula, para evitar perderse. Si se prescinde de este elemento y uno se encuentra perdido, lo más recomendable es buscar una puerta a la superficie en donde reinan las leyes y las señalizaciones. Otro elemento importante es una linterna, que debe ser de una potencia considerable ya que, aunque hay algunos que suelen iluminar sus entradas hay otros muchos que no lo hacen; y menos iluminados están los trayectos en los que no hay entradas. Estos elementos y otros también útiles pueden encontrarse en puestos de venta en los mismos túneles. El comercio y el intercambio subterráneo son un negocio que muchos eligen hoy en día. Hasta hay locales que sólo atienden al público de los túneles y también habitaciones de alquiler con entrada sólo desde los túneles. Yo vivo en una de ellas, aunque ahora clausuré la puerta y salgo por una pequeña ventana que da a la superficie. Estoy aislado totalmente debido, por un lado a las restricciones colectivas y por el otro a la avasalladora libertad individual.

La mayoría de las personas apenas terminan su trabajo se van corriendo a los túneles por la primera entrada que encuentran. Las calles después de las siete están desiertas. Los pocos comercios que aún se empecinan en querer vender en la superficie; los cines que proyectan para unos pocos solitarios; los bares y restaurantes completamente vacíos describen una realidad equívoca. Pareciera que ésta es una ciudad abandonada. Pero no lo es, el murmullo de la muchedumbre se oye por las alcantarillas y el olor de la masa interactuando sube lentamente a la superficie. Todos están deleitándose con lo prohibido. Probando los placeres y también los dolores desconocidos para la sociedad. Lo que más abunda es el juego de azar con sus miles de formas de ganar o de perder. También las diferentes formas de evasión por medio de sustancias, para los que buscan una más profunda escapatoria a la realidad de la superficie. Para el contrabando, secuestros, asesinatos y robos también se utilizan. Es común que se secuestre a alguien y se lo lleve abajo para sacarle lo que tenga, para luego dejarlo ir. Esto con suerte, ya que un asesinato en los túneles no es asunto para ninguna justicia, más por el temor que por una cuestión legal. Pero por supuesto lo más importante y que predomina son las relaciones humanas directas, sexuales y en algunos casos también sentimentales. Aunque en este tipo de interacción entre simplemente humanos están despojados los individuos de toda “marca superficial”. Es decir, libres de los cánones exteriores o de la sociedad de la superficie. Los individuos saben de antemano lo que quieren, son puro deseo y van directo a satisfacerse. Por eso se dice de los túneles que son un medio de autosatisfacción, ya que en la relación que se plantea el otro no es el prójimo con nombre y apellido; al menos no en la medida en que uno tampoco lo es. Uno se convierte en un tipo manipulador y en un objeto manipulado según los deseos del caso sin preámbulo, sin prolongación ni consecuencia.

En una noche de soledad uno puede internarse en los túneles, deambular curiosamente y llegar a uno de esos lugares donde los individuos se conocen. Poner en práctica la más simple, o casi grotesca maniobra de atracción, y ligarse a una persona de una manera que hasta ese momento sólo podía haber imaginado. No es necesaria ninguna descripción individual; las marcas superficiales no son importantes, lo importante es la situación que lo turban a uno de tal manera que graban en el cerebro los recuerdos como sobre piedra un jeroglífico; extraños símbolos de audacia, estremecimiento y enajenación. No le queda a uno ningún recuerdo personal, tan sólo de la situación, del momento y la emoción. Pues eso se hace en los túneles: se actúan situaciones y se viven sensaciones, mas luego se olvidan los rostros quedando el sabor de los actos.

Pero al poco tiempo se despierta el deseo con más fuerza que antes y se tiene que bajar. Recorrer los túneles en busca de aquel símbolo, dedicar las horas de ocio a encontrarlo repitiendo el mismo juego una y otra vez. Uno quiere volver a vivir la misma situación con las mismas acciones y los mismos tiempos pero todo es en vano. Sólo se encuentran bosquejos garabateados de lo que se vivió. Una a una van pasando las noches, y cada noche una máscara y una burda representación del momento anhelado. No es lo mismo, no puede ser lo mismo si todo cambió. Por más que intentemos recrear la situación, la identidad nos vence y el espíritu impersonal de los túneles triunfa definitivamente. Por supuesto que pensamos en buscarnos, pero como es costumbre en los túneles no dar un nombre verdadero ni una dirección, es imposible encontrar a nadie. Generalmente uno se inventa una vida falsa, un poco por seguridad estando delante de un extraño, pero más por cumplir una mera fantasía. Igualmente ya no se volverá a encontrar al otro que probablemente nos esté engañando también.

Alguna vez, yo dije mi nombre verdadero. Quisiera creer que ella no se deja engañar por las costumbres de los túneles pensando que yo fui un invento, un simple objeto de fantasía. Esperaba a veces encontrarla por algún pasillo y que viera que soy real. Pero es en vano, la ilusión moría súbitamente. Pensará que todo en mí fue mentira, mi nombre, mi presencia y mi vida.

Evidentemente los Túneles no son para cualquiera. Hay que estar siempre preparado para abandonarlo todo, vivir como un nómada. Porque de lo contrario, se empieza uno a familiarizar con circunstancias efímeras, que no tendrán jamás prolongación en el tiempo. Para vivirlo todo, primero hay que inmolar al que somos. Y así la vida se va convirtiendo en una fantasía. Por lo menos, esa vida que se tuvo alguna vez. Hoy ya no se es nadie, perdido todo por entregarse a los túneles y sus vicios. Deambulando por pasillos angostos, arrastrando los pies en la tierra, tanteando a ciegas como una especie de topo antropomorfo; perdido en innumerables pasillos, encrucijadas y rincones insólitos, así fueron las últimas noches que caminé por los túneles. Así se está cerca de la muerte, los túneles son cada vez más oscuros. Vagar durante días, perdido y sin vislumbrar una salida real. Tratan de sacarle a uno lo poco que tiene, un fogonazo en la penumbra, un forcejeo y tratar de sobrevivir. Otras veces, los techos de los pasillos se desploman y se salva el que puede.

Ya no volví a bajar. Hoy un perro me ladra por la ventana y no me deja dormir. Camino por la pieza, por la diminuta pieza de un lado para el otro. Me acerca a la realidad una radio a batería que sólo capta una emisora, en la que no se dejan de hacer alusiones indirectas sobre los túneles, y todo lo que representan. Siempre los refieren con un doble sentido, como si a esta altura alguien hubiera de sobresaltarse por su existencia; o porque se hable de ellos. Pasamos el tiempo escuchando las voces que nos informan sobre aquel mundo subterráneo. Lo único que nos queda en la superficie es la amarga crónica diaria de los Túneles, que ya son la realidad. Escuchamos atentos lo que sucede, lo que podría suceder y lo que es imposible; todo ello con el mismo gesto impávido, como testigos mudos de un acontecimiento insondable e irreversible.

            Mientras los hombres caminan como topos ciegos por las profundidades, con el tacto y el oído agudizados, como medios indispensables para asimilar aquello a lo que se ha reducido la realidad, yo junto ánimo y salgo a la calle desierta y sucia. En algunas esquinas ya se ven renegados de los suburbios reuniéndose, adorando las ruinas de un orden perdido y evocando sueños viejos, llenos de cordura e identidad. Contemplando las calles vacías me uno a ellos con timidez, con ansias de poder fingir que soy alguien.

Mario Gonçalves, marzo de 2008

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