Entre estas leyendas, la del hombre olvidado, es la
que particularmente se encuentra más oculta en la memoria. No por haber sido
poco estudiada y registrada, sino por estar desmembrada y reducida a un puñado
de fragmentos diseminados en nuestra literatura, quizás a causa de la debilidad
que la inacción le produjo. De esos fragmentos, que reunidos conformando una
biografía poblarán estas páginas, el lector comprobará que en realidad no es
ésta una historia consistente. Sólo es una deducción vaga, fruto de la
constante observación de las experiencias humanas.
El hombre olvidado es un personaje casi imposible de
historiar, debido a su característica fundamental y la única que puede
afirmarse concretamente. Su aparición remota y su intermitencia en nuestra
literatura, nos aportan una serie de aseveraciones vagas sobre su existencia,
aunque sin darnos un origen exacto ni un tiempo preciso de su desarrollo.
No pretendo aquí concluir una afirmación sobre su
existencia ni rebajar la leyenda a un simple mito popular. Apenas intentaré
redactar algunas interpretaciones o deducciones sobre el hombre olvidado que me
parecen dignas de reflexión.
Hay sólo un asunto a tener en cuenta para comprender
la biografía: lo único que acertadamente puede decirse de su protagonista, es
que cada persona que lo conoce, inmediatamente lo olvida. Y no es un olvido
pasajero, como el recuerdo de una persona perdido en lo profundo de la memoria
que revive al ver a ésta u oír sobre ella. Es más bien un destierro absoluto de
la mente. Cuántas veces este personaje habrá sido presentado a las mismas
personas, y habrá sufrido el gesto de indiferencia de parte de sus
desconocedores. En consecuencia, nadie recuerda no solamente al protagonista,
sino tampoco la historia de su vida.
Obviando todo comentario al pie, para su mejor
comprensión, intentaré aquí la difícil tarea de elaborar la biografía de este
personaje, que a pesar de haberlo conocido todos, ya todos lo hemos olvidado.
Comenzaré por señalar los rasgos en los cuales
coinciden la mayoría de los narradores: uno de ellos corresponde al nombre de
este particular ser humano, el cual no puede reproducirse, pues nadie lo
recuerda. Así como tampoco su aspecto físico ni ninguna seña particular. En
cuanto a su subsistencia, poco podemos decir. Probablemente su familia lo haya
olvidado varias veces hasta perderlo. Tal vez fue criado por distintas personas
hasta poder ampararse solo.
No hace falta decir que su relación con la sociedad
fue nula. Soledad única la de un extraño entre una multitud de conocidos.
Factiblemente pudo haber llevado adelante rectas conversaciones con distintas
personas, para ser olvidado a la menor distracción. Pasaría horas vagando entre
la gente, escuchando conversaciones en las que jamás podría intervenir más que
como un extraño. Tal vez haya sentido amor por alguien, por supuesto, sin ser
correspondido. Seguramente el amor por él fue superficial. O acaso se ama a
quien no se recuerda.
Su suerte no fue momentánea, la relación amnésica
del mundo para con él, tiene un surgimiento remoto que alcanza al propio
nacimiento de este individuo. El hombre olvidado habría llegado al mundo
imprevistamente ya que su madre olvidaba continuamente su gestación. De ahí
deducimos que no sólo se olvida su persona sino, además, todo lo referido a él.
Era un perfecto desconocido para todos. Sus intermitentes relaciones con la
gente (como un eterno empezar a conocerse o una primera impresión) hicieron que
su vida no fuera importante para nadie. Y si lo fue para alguien, ese alguien
tuvo por importante algo de su propio pasado que jamás pudo recordar. Esperemos
no haya sido importante para el mundo, porque de lo contrario, este sería un
mundo interesado únicamente por lo desconocido e inverosímil. De todas formas
si lo fue... ya lo olvidamos.
No tengo la seguridad de hablar de él en pasado o en
presente. No sabemos de su destino. Si ha muerto o aún continúa deambulando
anónimamente entre nosotros. Hay interpretaciones al respecto. Si su
fallecimiento es real, ciertamente fue enterrado como un desconocido en una
tumba desconocida; si aún vive igualmente es un fantasma que yerra siempre con
un rostro nuevo, amalgamado en mil personalidades extrañas que son
invariablemente la misma.
Para no ser desesperanzados podemos imaginar que el
hombre olvidado en ese andar de peregrino incesante, en esa incomunicación
inaudita, quizás haya forjado durante esos insufribles días algún artificio
para llegar hasta nosotros. A lo mejor se dedicó a escribir, o acaso fuera
creador de alguna obra magnífica y eterna de las que pueblan nuestra cultura;
algo perpetuo que llegase intacto a cada persona y perdurase infinitamente en
el tiempo; y lo más importante, que fuera inolvidable e ineludible. Hay quienes
lo ven como una figura divina y aseguran que todas las obras anónimas son
fabricadas por él. Pero quizá podríamos también suponer, y esto es más simple
aunque menos interesante, que sola se perdió entre la multitud ignorante su
figura melancólica, hasta guardarse para siempre en el anonimato.
Una característica más puede agregarse a esta
tragedia inusitada que algunas mentes perspicaces sabrían aventurar, y es que
el hechizo no alcanza exclusivamente a los otros. El desamparado personaje,
además de ser desconocido por los otros, es también olvidado por sí mismo. Así
vagaría el hombre postergado por el mundo como un eterno indiferente con su
persona. Con un nombre distinto cada día y un ser inédito frente al espejo.
En este punto difieren algunos de los narradores que
han modificado el tema, proponiendo otra hipótesis al respecto. Esta hipótesis
(por la cual yo me inclino, tal vez por parecer la más martirizante) da vuelta
el sentido de la anterior; es decir, el hombre olvidado al contrario de los que
lo rodean posee una memoria increíble, un poder de retención muy superior a
cualquier ser humano. Recordando cada instante, cada hecho de su vida y de las
nuestras; cada rostro, cada palabra es inolvidable para él. Un hombre que
camina entre nosotros conociéndonos a cada uno y a cada uno de nuestros pasos;
como un verdadero hombre invisible, podría intervenir en nuestras vidas para
bien o para mal, desde el eterno anonimato. Una tortura permanente; una vigilia
solitaria para un ser sin rostro y sin nombre.
Sería inútil pretender encontrarlo; su detección es imposible. Si nos adentramos en la multitud para intentar identificarlo, creyéndonos astutos, buscaremos los rostros más sombríos y las actitudes más desconsoladas. Pero pronto abandonaremos esos rostros al notar que no los olvidamos, que volvemos a verlos una y otra vez permaneciéndose en nuestra memoria. Esos rostros siguen ahí tan conocidos como siempre; pero el hombre olvidado es nuevo cada vez y nos desespera tener que buscar a alguien que no conocemos. Empezamos a desconfiar de todos los desconocidos. Miramos atentos cada rostro nuevo tratando de encontrar algún gesto, una mirada diferente, algo en particular como una señal que lo delate. Pero es totalmente inútil, el hombre olvidado camina siempre solo aunque esté rodeado de una multitud. Aunque por momentos, apenas por momentos pueda acercarse y decir una palabra antes de volver al anonimato.Cuáles serán esas palabras que pronuncia durante tanto tiempo ensayadas en su mente esperando el momento de actuar. Qué será lo que su mente imagina acerca del mundo. Quizá por las noches frías de la ciudad, en soledad con el alma enrarecida por su mal, piense en ese pequeño momento en el que es alguien, que tiene un rostro y un nombre y una vida. Tal vez en ese momento comprenda qué es la soledad.
En último caso, lo único verdadero de esta pura
imaginación; lo único tangible de mis recargadas deducciones es que hemos
olvidado todo al respecto. Lo único que alcanzamos a advertir de ese fantasma
que traspasa nuestras almas, que nos acompaña en las noches frías, es apenas el
tenue rumor de las cadenas que lo castigan. Sólo tenemos el conocimiento de su
existencia, una existencia sin forma. Al contrario del ausente o desaparecido,
que no es más que recuerdo y ausencia, el hombre olvidado es pura presencia y
olvido. Es una presencia vacía; la presencia en sí misma. No tiene identidad,
por lo tanto, lo único que podemos asegurar acerca de su naturaleza, es aquello
que todos tenemos en común.
Cualquiera puede ser este hombre anónimo, que hoy
adoramos como a un dios, cualquier caminante de esta tierra puede ser ese ídolo
abstracto. Tal vez alguien que lee estas líneas lo sea. Si lo es, seguramente
ya lo olvidamos. Podría ser igualmente quien las escribe. Y si fuera así
también lo han olvidado.
Cualquier rostro es olvidable, he ahí el temor.
Mario Gonçalves, marzo de 2008
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