Es indiscutible lo infundado del reclamo que los enamorados no correspondidos hacen a quienes siendo el objeto de su pasión y no habiendo éstos provocado las ansias de aquellos, cabalmente los rechazan. Y siendo lo insoluble de este reclamo tomado como ejemplo de autodeterminación en rango general, es también levantado como bandera del feminismo en lo particular, siendo como es dado más frecuentemente este hecho de ocurrirle a las mujeres en carácter de víctimas de tales acusaciones.
Así la pastora Marcela se defiende cuando en ocasión del
entierro del joven Grisóstomo se la calumnia diciendo que el pobre murió por su
causa al no corresponderlo en sus pretensiones amorosas; a instancias de lo narrado por pedido de Don
Quijote y su escudero, además de otros personajes, que desean conocer la causa
de tales sucesos y la historia que los produjeron.
En su defensa la pastora argumenta lo siguiente:
-No
vengo ¡oh Ambrosio! a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-,
sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos
aquéllos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego
a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho
tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.
Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser
poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que
me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco,
con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es
amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es
amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el
amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae
muy mal el decir: «Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo». Pero,
puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr
iguales los deseos; que no todas hermosuras enamoran: que algunas alegran la
vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y
rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en
cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos
habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se
divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que
lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de
que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa
me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?
Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo:
que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y
así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que
con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser
reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el
fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a
ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las
cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la
honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y
hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por
corresponder a la intención de aquél que, por sólo su gusto, con todas sus
fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir
libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi
compañía; las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con
las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada
puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las
palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado
alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede
decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que
eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a
ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me
descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en
perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y
los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar
contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la
mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le
contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió
desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su
pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado; desespérese aquel a quien le
faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare; ufánese el que
yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquél a quien yo no prometo,
engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por
destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado. Este general
desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y
entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni
desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los
desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y
basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me
sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta
fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los
buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo
mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto
proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles,
¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres?
Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre
condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a
éste, ni solicito a aquél; ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La
conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me
entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen,
es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su
morada primera.”[1]
Resumiendo, la pastora hace uso para su defensa de una simple premisa:
no está obligado lo amado por hermoso a amar a quien le ama. Pudiéndose aplicar
esto en razón de lo que nos toca a todos, es decir en ser individuos, para
reivindicación de la propia voluntad; y en lo que toca de particular a las
mujeres en defensa de la dignidad femenina. Pero no es objeto de este artículo
discutir el carácter liberal o feminista de esta historia, sino advertir,
teniendo en cuenta que a algún distraído pudieran parecerle anacrónicas este
tipo de conjeturas, las consecuencias que supone el hallazgo de tales disertaciones
en un texto de comienzos del siglo XVII. Nótese que el testimonio de Marcela
forma parte del marco de verosimilitud que el autor le da a la historia de
Grisóstomo acrecentando la irracionalidad de sus actos, generando una contraposición
entre la razón y las pasiones. Con este marco de verosimilitud me refiero al
hecho de que tanto la decisión de Marcela de vivir en soledad como también el
respeto que su tío tenía de la misma (“Porque
decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado
contra su voluntad.”[2])
aparecen como aprobados socialmente dignos del buen proceder o al menos
justificados como razonables. Se sustenta esto en que no son discutidos por los
interlocutores. Y si bien el proceder de Grisóstomo tampoco es criticado, no
deja de ponerse en evidencia que es movido tan sólo por la pasión irracional. Sirva
de ejemplo el siguiente fragmento en el que Ambrosio, amigo del difunto, da su opinión
acerca de lo escrito por el enamorado.
“-Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es
bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente
de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba
con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay
cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a
Grisóstomo los celos imaginados y las
sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto
la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; a la cual, fuera de ser
cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni
puede ponerle falta alguna.”[3]
Agregando también que se da la contraposición entre pasión y razón incluso en el propio Ambrosio, el cual luego de hacer la aclaración anterior en defensa de la honestidad de Marcela, al aparecer ella en escena, pasa el amigo del difunto a injuriarla gratuitamente, movido quizá por el dolor de la muerte de su compañero.
Se entiende entonces que el texto presenta una postura racional y otra
irracional ante el mismo hecho, declarando ambas sus motivos. Queda el juicio
para el lector, de aquel y de este tiempo, teniendo en cuenta la atemporalidad
de la mala costumbre que tienen los enamorados no correspondidos de hacer
reclamos injustificados a sus amados, y de las críticas que suscitan tales
hechos. Lo que deja claro todo este asunto es que el permiso de estas críticas
no es para nada privativo del presente. La vigencia de estos problemas
demuestra que en cuestiones éticas no estamos tan adelantados ahora ni
estuvieron tan atrasados quienes nos precedieron.
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