La representación de la voluntad en Madame Bovary (ensayo)

  


La relación entre la voluntad y la determinación del medio es un tema que aparece en muchas obras literarias, como en La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca; El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas; Los miserables, de Víctor Hugo; o El gaucho Martín Fierro, de José Hernández, por nombrar algunas. En todos estos clásicos se percibe un sutil equilibrio entre la responsabilidad de las acciones de los personajes y la determinación del mundo que se les impone. Los personajes, en general, aparecen justificados en su accionar, incluso ante el error. Pareciera que los hechos no podrían haber sucedido de otra manera.

En Madame Bovary, de Gustave Flaubert, en cambio, el lector tiene la sensación de estar frente a una voluntad real, que tanto más voluble aparece, más se erige como voluntad. El límite entre esa voluntad y la determinación se fija a través de algunas pautas de la narración, que veremos luego de una breve caracterización del personaje.

Empezando por el título de la obra, notamos que no es, como fuera lógico: Emma Bovary, nombre de la protagonista, sino Madame Bovary (la señora de Bovary), ya que el drama radica en la relación matrimonial de la protagonista. Pero tampoco se trata de las vicisitudes del matrimonio en general, no es algo que le sucede a cualquier mujer casada, sino particularmente a Madame Bovary: una mujer que no consigue hacer coincidir su idealización de la vida con la realidad en que está inmersa. La personalidad de Carlos, el marido, dentro de la historia, funciona como contraste, por su carácter simple, casi insignificante, atado a las cosas terrenales y sin motivaciones ni virtudes. El narrador lo resume en una frase, cuando Carlos no se propone indagar, al encontrar la carta de despedida de Rodolfo. Dice: «Además, Carlos no era de esos que penetran hasta el fondo de las cosas…» (pag.203). Y luego de su muerte, cuando acude el doctor Canivet para realizar la autopsia, dice: «Lo abrió y no encontró nada.» (pag.207).

Emma, en cambio, es una mujer idealista, soñadora, creyéndose virtuosa a fuerza de ilusiones, pero principalmente, atractiva y seductora, siendo prueba de esto último la reacción de cuanto personaje masculino entra en conocimiento de su persona. Entonces, esa diferencia de carácter entre la pareja será el principal motivo del disgusto y la frustración constantes que Emma padece, al no encontrar a Carlos a su altura.

Es por eso que se produce un desplazamiento de la atención. Por ejemplo, la invitación, que el matrimonio recibe, al baile en el castillo de Vaubyessard, es a causa de la impresión que Emma produce en el ánimo del Marqués al conocerla, y no por gratitud a los servicios del médico. Además, esa atracción que ejerce su persona, está representada en el plano de la narración. Ya desde el título se percibe un desplazamiento, en donde Carlos aparece sólo indirectamente. El nombre señala a la mujer del médico, apareciendo él como un residuo necesario. Esto explica también el cambio repentino y definitivo de la atención, desde la infancia y juventud de Carlos a la vida de Emma; en esa introducción se muestra patente el desplazamiento, en donde el médico sirve sólo como vehículo para llegar a su esposa. El narrador, por su parte, pareciera sentirse cautivado, tanto como los personajes al conocerla. Nótese que el narrador pasa de ser un testigo (homodiegético) a un narrador fuera de la historia (heterodiegético). Este cambio podría deberse a la necesidad de tomar distancia para poder mostrar la complejidad del drama de Emma, en contraposición al de Carlos, que, por su simpleza, alcanza con un testigo directo. Con Emma es necesario entrar en sus pensamientos y sus pasiones, mientras que con Carlos no fructificaría en nada tomarse ese trabajo.

Ese tratamiento pormenorizado de la personalidad de Emma es lo que le daría realidad al personaje. Acerca de ese realismo, y la manera de lograrlo que encuentra su autor, Nelly Vélez Sierra dice: «Emma Bovary se convierte así en el personaje ideal para que su autor y creador –mediante un método tan revolucionario– le entregue al lector una heroína real, con todas sus fantasías, aventuras y oscilaciones en sus estados de ánimo, que influyen en todas sus decisiones, es decir, en el uso de su libertad.» (pag.128).

Si bien entrar en la conciencia de la protagonista sirve para conocer sus pensamientos y los pormenores de su drama, esto supone también una dificultad para el narrador, ya que se arriesga a reducir las decisiones del personaje a simples mecanismos psíquicos, lo que justificaría su accionar, despojándola de toda voluntad. Esto convierte lo indeterminado de la voluntad en puro determinismo psicológico. A propósito del narrador omnisciente, Vargas Llosa dice: «Su extraordinaria libertad —tan superior a la de un narrador-personaje— es, sin embargo, su mayor peligro: cualquier abuso, incongruencia o capricho en el uso de sus ilimitados poderes disminuye o anula el poder de persuasión de lo narrado.» (pag.82).

El narrador de Madame Bovary se cuida de este peligro con una estrategia narrativa, de la cual tomaremos como ejemplo apenas un elemento, lo que Gerard Genette (pag.245) llama —dentro de los modos narrativos— la focalización. Para su descripción, nos centraremos en tres momentos en donde Emma toma una decisión trascendental para su vida, o cruza algún límite moral. El primero es la escena en la que Emma acepta la propuesta de casamiento de Carlos. El narrador se encarga de no mostrar cómo sucede, ya que focaliza la acción desde la perspectiva de Carlos, fuera de la casa. Este movimiento genera una falta de rigor en la asimilación de lo ocurrido, conocemos el dato concreto de la aceptación por la señal del postigo, pero no sabemos si Emma ha sido convencida, o coaccionada por su padre, o si, en cambio, ha aceptado de manera completamente autónoma; si ha recibido la noticia con alegría, entusiasmo, o con resignación. El uso de este modo narrativo le permite a Emma, a ojos del lector, conservar la soberanía de su decisión fuera del alcance de toda especulación.

El segundo momento es la escena del carruaje, en donde Emma decide tomar como amante a León. Aquí el narrador evita mostrarnos la intimidad del mismo. La perspectiva se centra en una focalización externa, desde el punto de vista de los transeúntes. Esta decisión narrativa, no se debe a una cuestión de pudor —ya que después, nos enteraremos de la intimidad de los amantes por medio de ciertas analepsis— sino que responde también a la necesidad de resguardar un momento decisivo de Emma. Conocer qué medios utilizó León, y con qué insistencia, para convencer a Emma, y cuánto resistió ella, supondría tener elementos para tomar partido por la determinación de lo decidido, negando así el libre albedrío de la protagonista. En cambio, la ocultación permite especular y poder ponerse en el lugar del personaje, motivo crucial para la sensación de realidad.

El tercer momento, es cuando Emma concurre a la casa del recaudador Binet para proponerle, aparentemente, una transacción indecente. Esta vez el narrador nos muestra la escena por medio de la visión que las señoras Tuvache y Caron tienen desde el desván vecino. Podría atribuirse esto al cuidado que el narrador pretende del honor del personaje; pero otra vez, con este cambio de foco, mantiene el misterio del acto volitivo, lo que preserva la soberanía de Emma, dotándola así de vida.

Puede afirmarse entonces, que Emma Bovary se impone el protagonismo de la novela por su originalidad o carisma. El desplazamiento constante de la atención que provoca se refleja directamente en el plano extradiegético, con los cambios narrativos descritos, que además sirven para representar una voluntad realmente humana, mostrando la complejidad de sus pensamientos, pero con un límite, sin caer en un cognitivismo que justifique todo a través de los procesos mentales, ni tampoco en un conductismo que muestre simplemente las acciones sin un rastro de subjetividad. Esa representación de la voluntad de Emma es lo que permite al lector ponerse en su lugar, sopesar las decisiones, especular una distinta sucesión de los hechos. Todo lo cual genera la sensación de realidad en la novela, y principalmente en su protagonista.

Es por esto que Emma Bovary revive y muere con cada lectura. Su historia es causa de discusión para algunos; a muchos inspira compasión o ternura; conmueve a la mayoría; pero, decididamente, a nadie le resulta indiferente.


 Mario Gonçalves, junio 2023.


Bibliografía:

Flaubert, Gustave, Madame Bovary, 1856.

Genette, Gerard. Figuras III, 1972.

Vargas Llosa, Mario, La orgía perpetua, Flaubert y Madame Bovary, 1975.

Vélez Sierra, Nelly, Diseño de un personaje: Madame Bovary, 2007.

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