En el cuento Lila y las luces, de
Silvia Iparraguirre, se manifiesta la superposición de dos mundos: uno, el de
Lila, su protagonista, en donde existen señales que ella comprende, como las
manchas blancas en la ladera que señalan dónde está su madre, la bandera de la
escuela que señala la presencia del maestro, o el humo de la chimenea que
anuncia a lo lejos la cercanía de la casa; y por otro lado, el mundo de la
ciudad, con esas señales que Lila no logra comprender. La superposición de
estos mundos se manifiesta en el conflicto que supone para Lila la compresión
de los elementos del libro de texto con el cual debe aprender. Las isoglosas
mencionadas en Círculo lingüístico de
Praga, tesis de 1929, sirven para comprender la división entre formas
distintas de la lengua que entran en conflicto.