El matadero, Esteban Echeverría (Resumen)

            


Alrededor de la década de 1830, Buenos Aires se inundó a causa de una fuerte lluvia. Al ser época de cuaresma, la ciudad no se abastecía de carne como de costumbre, sólo lo necesario para los niños y los enfermos a quienes se dispensa de la abstinencia. Desde el púlpito, los predicadores proclamaban al diluvio como signo del advenimiento del fin del mundo, responsabilizando a los pecadores unitarios de la tragedia.

Comenzó a organizarse una procesión hasta la barranca de Balcarce para apaciguar la ira divina, pero antes que pudiera realizarse, la lluvia cesó y la inundación lentamente se escurrió.

Por causa de la inundación estuvo el matadero de la Convalecencia sin poder ser abastecido de ganado, lo que alargó la abstinencia de carne en los ciudadanos.

Algunos médicos opinaban que la falta de carne estropearía la salud de la población, acostumbrados los estómagos a la ingesta periódica de la misma. Esto entraba en conflicto con las sentencias de la iglesia que aconsejaban la penitencia por motivos de conciencia.

Para terminar con la disputa entre conciencias y estómagos, el gobierno del Restaurador ordenó se trajese una tropa de cincuenta novillos. Tras la noticia, la gente se aglomeró en los corrales del Alto, entre ellos: carniceros, achuradores y curiosos, gritando vivas a la Santa Federación y al Restaurador, a quien se le regaló el primer novillo que se mató en agradecimiento a su decisión.

Entre los desollados y por desollar, se contaron cuarenta y nueve novillos que al cabo de un cuarto de hora se hallaban tendidos en la playa del matadero. Hacia el oeste del mismo se encuentra la casilla donde están los corrales y el palenque, y donde se sienta el Juez del Matadero quien ejerce la suma del poder en representación del Restaurador. En la casilla se veía estampado el nombre de la heroína doña Encarnación Escurra patrona del matadero. Alrededor de cada animal tendido en la playa se agolpaba la gente siguiendo los movimientos del carnicero, y de vez en cuando alguna mano daba un tarascón con el cuchillo, lo que encolerizaba al carnicero y alborotaba al tumulto.

Había quedado un animal en el corral del cual se discutía si era novillo o toro por el tamaño de sus órganos genitales. Cuando llegó su turno se lo enlazó por las astas para conducirlo al matadero, pero el animal furibundo echando espuma bramaba y se resistía a salir del corral. Asustado por los gritos de la gente, que entre discusiones insultaban y maldecían a los unitarios, al tiempo que vivaban a un tal Matasiete llamándolo “degollador de unitarios”, el que resultó ser toro salió a toda carrera acosado por las picas, y aunque el enlazador intentó retenerlo, desprendió el lazo del asta y el latigazo terminó cortándole la cabeza a un niño que jugaba con su caballo de palo.

Parte del público allí presente quedó atónito ante el suceso. Otro tanto salió a la busca desenfrenada del toro, el cual tomando rumbo hacía la ciudad, provocaba el susto de la gente que torpemente intentaba escapar a su atropello. Finalmente se vio acorralado al entrar en una quinta y los perseguidores lo llevaron de nuevo al matadero. Una vez a allí, fue Matasiete el encargado de darle muerte, bajo la aprobación general. Luego de descubrirse que era toro y no novillo al cortarle los testículos, el Juez, teniendo en cuenta la escasez permitió su faena dejando de lado la prohibición de los toros en el matadero.

            Se repartió la carne y al salir de los corrales alguien advirtió el paso de un unitario por el lugar, reconociéndolo por no llevar luto ni divisa, y por el corte de la patilla. Enseguida se levantó la arenga para que Matasiete lo enfrentara. El joven unitario se vio de repente derribado de su caballo por Matasiete, quien con toda rapidez lo inmovilizó y ya estaba a punto de degollarlo cuando el Juez del Matadero lo detuvo. Éste ordenó llevarlo a la casilla, y así se hizo arrastrándolo con los brazos atados por los codos. Al llegar se ordenó tusarle las patillas, y al interrogarlo acerca de su falta en cuanto al luto y la divisa, el unitario enfrentó al Juez con palabras agraviantes mostrándose reacio a cumplir con la ley del Restaurador. El Juez entonces ordenó desnudarlo y atarlo a la mesa. El joven comenzó a retorcerse ante la maniobra de sus captores con tal esfuerzo en su resistencia que finalmente derrotado cayó exhausto. Ante la rendición, ya atado, comenzaron la tarea de desnudarlo, pero en seguida advirtieron que de su boca y nariz manaba sangre a borbotones. Alguien hizo notar que el unitario había reventado de rabia. El Juez por su parte argumentó que el joven se lo tomó demasiado en serio, siendo la intención de ellos sólo divertirse con él.
 
 
Mario Goncalves
Abril, 2020


Imagen: Grabado matadero en los estados del Plata, por D. Dulin, s.f. Impresor: Lemercier, París. Foto: © Museo Histórico Nacional de Buenos Aires

 

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