Un mensaje imperial, Franz Kafka (análisis)


Un mensaje imperial, de Franz Kafka, presenta en su desarrollo una serie de cambios en las personas gramaticales, conformando una serie de acontecimientos que ponen en aprietos la lógica de la realidad. ¿Acaso esas transformaciones formales de la estructura narrativa, sean la clave para comprender el texto mismo?
Abordando el análisis, apenas empezado el relato, nos encontramos con el narrador de una parábola. Para caracterizar a este narrador, utilizaremos el esquema confeccionado por Drucarof[1], el cual deja de lado en todo momento al autor empírico de la obra (en este caso Kafka) elaborando la idea de un desdoblamiento de la persona del autor que trasciende al interior del texto, y que sirve a los efectos de tejedor de la trama, no en su contenido, sino en el aspecto técnico o formal, a modo de estructura o esqueleto oculto tras la fachada de la acción. Este devenir del autor, como conjunto de recursos que organizan la trama, lo llamaremos (siguiendo a Drucarof) autor textual, para distinguirlo del autor de carne y hueso o empírico. Este autor textual, que ahora reconocemos, y que es para nosotros, simplemente quien habla en el relato, quien escribe el texto, urde la trama formal pero permanece oculto tras la escena, en la que sólo aparece, necesariamente, como un personaje dentro del texto. Así se nos presenta en el cuento de Kafka, como el narrador de una parábola, y esta proyección la llamaremos narrador explícito, que al principio de la historia descubre su identidad: “El emperador, tal va una parábola, te ha mandado...” En la frase reconocemos también a quién está dirigido el relato. El destinatario del mensaje imperial, personaje que es a su vez el espectador de la parábola y el lector del texto, lo llamaremos lector textual, para diferenciarlo del lector empírico o de carne y hueso, ya que aquí también, desde el otro lado del texto, el lector textual es parte de la urdimbre de la estructura velada. Y también, así como el autor se disfraza para la escena, este lector textual se proyecta en la acción como personaje: el destinatario del mensaje imperial, al cual identificaremos como auditor explícito (segunda persona)
El emperador ha enviado un mensaje mediante un emisario, a un sujeto en el lugar más recóndito del imperio. Pero un camino infinito los separa. El narrador nos lo cuenta ahora, en tercera persona (antes lo hizo en segunda) comenzando una mutación del autor. Si el mensaje no puede llegar porque el infinito se lo impide, cómo podría llegar la parábola, la noticia de aquel suceso al destinatario de la carta, sino es a través de un narrador omnisciente. Aquí se diluye la figura del primer narrador dejando desnudo al autor textual, el cual nos comunica que la carta nunca llegará, y nos revela el último misterio: la verdadera identidad del auditor explícito (el destinatario) en la última línea: “Mas te sientas tras tu ventana, al caer la noche, y te lo imaginas, en sueños.” Todo el relato no es más que el sueño del lector textual (complemento de la construcción literaria)
Sólo en sueños ocurre el milagro de los cambios de identidad, sólo en sueños podemos dimensionar el infinito. El mensaje que nunca llega funciona como fondo de contraste a la parábola, que sí logra trascender el infinito y llegar al destinatario, al lector. El narrador omnisciente (autor textual) que logra tal prodigio, acaso sea Dios.

Mario Goncalves
Abril, 2020


[1] Drucarof Elsa, Sobre el autor y el personaje: una teoría de las relaciones humanas.

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